sábado, 27 de diciembre de 2014

Todo aquello que nos motiva

A medida que vamos transitando por los caminos de la vida, cada uno de nosotros vamos elaborando planes y trazándonos objetivos que alcanzar o sueños que anhelamos verlos hecho realidad.
Desde que empezamos a tener uso de razón, empezamos a soñar y visionar como será nuestro futuro, al principio en nuestra etapa infantil, esos sueños y objetivos son bastantes idealistas, algunos inclusive nos vemos alcanzando elevadas cumbres, piloteando grandes naves o conquistando el espacio exterior. Siendo reconocidos por nuestros logros, hazañas y proezas.
A medida que vamos creciendo y madurando esos sueños se van volviendo más realistas, o por decirlo de otro modo, más ajustados a los requerimientos de nuestra sociedad, de nuestro entorno. 
Así, llegado a la madurez, a los años “productivos” por llamarlo de alguna manera, nos abocamos a lograr lo que nosotros mismos definimos como el éxito personal, una carrera profesional exitosa, una buena familia, buena posición económica, el reconocimiento de la sociedad por todo aquello que logramos gracias a nuestros méritos. 
En un mundo consumista y materialista, la sociedad nos ha inculcado que lo cuenta es cuanto más…, cuanto más tengo, cuanto mejor soy, cuan más alto he llegado, etc.
Y todo lo hacemos con nuestras propias fuerzas, para que el mérito no sea de nadie más, y así poder gritarle al mundo que nosotros también podemos.
En algunos casos como una medida de protección, y ante la imposibilidad de alcanzar dichas metas, nos engañamos a nosotros mismos, declarando nuestro desinterés en el éxito mundano, nos etiquetamos de altruistas, aunque en el fondo nos gustaría saborear esos placeres.
En otros casos cuando lo logramos, cuando alcanzamos esos objetivos que nos hemos propuesto ocurre que al poco tiempo de haberlo alcanzado, nos estamos planteando otros nuevos desafíos, lo que no está mal, ya que el ser humano necesita una meta que lo impulse a avanzar, a seguir creciendo.
El problema se presenta cuando alcanzadas nuestras metas, aun así no somos capaces de disfrutar de nuestros logros, cuando enseguida necesitamos plantearnos nuevos desafíos, cuando a pesar de lograr lo que nos hemos propuesto, sentimos un vacío inmenso dentro nuestro, tanto que parecería que nada lo llena, que nada nos parece suficiente. En esos momentos debemos poner un alto en nuestra vida, y preguntarnos cual es realmente nuestra principal motivación? Perseguimos la vanagloria del mundo? Que hemos puesto en nuestro corazón? Un sincero y profundo análisis a las respuestas de esas preguntas puede sorprendernos, mostrarnos que en todo momento, siempre hemos estado nosotros en el centro de todo lo que hemos perseguido, todo ha girado en torno a nosotros mismos, siempre se ha tratado de mí, y nada más que de mí.
Esta forma de pensar o de actuar egocéntrica, se contradice a las enseñanzas que nos dejó Jesús cuando estuvo entre nosotros, quien siendo el Hijo de Dios, dio su vida por nosotros, demostrando el amor que Dios nos tiene, siendo aun pecadores mandó a su Hijo Unigénito a morir por nosotros (Romanos 5:8), destruyendo de esa forma el acta de los decretos que pesa sobre cada uno (Colosenses 2:14).
En mateo 20:28 Jesús nos enseña que aquel que quiera ser el más importante entre todos debe estar dispuesto a servir a los demás, pues Él mismo estuvo entre nosotros como uno que sirve (Lucas 22:27), y si Él siendo el Hijo de Dios, estuvo dispuesto a limpiar los pies de sus discípulos, porque nosotros no lo haríamos? Que nos hace más especiales?
Ocurre que muchas veces por el afán que trae la vida misma, somos proclives a desenfocarnos de nuestro propósito en esta tierra, el ser imitadores de Cristo, el de poner los ojos en Jesús autor y consumador de nuestra fe (Hebreros 12:2).
La Biblia nos advierte que muchas disputas y peleas, se originan en los malos deseos que combaten en nuestro interior, envidiamos los que otros tienen y no podemos conseguir, y muchas veces no lo conseguimos porque, o no le pedimos a nuestro Padre o lo que es aún peor, pedimos con malas intenciones, deseando solamente aquello que nos dará placer, olvidando que la amistad con las cosas mundanas, significa la enemistad con Dios (Santiago 4:1-4).
En el Sermón del Monte, Jesús nos enseña sobre el dinero y las posesiones terrenales y nos invita a buscar primeramente el Reino de Dios por encima de todo lo demás, que llevemos una vida justa, y Dios nuestro Padre nos dará todo aquello que necesitamos. (Mateo 6:19-33). No nos afanemos por nada, sino por el contrario demos gracias a Dios por todo, sin vanagloriarnos de nada, porque finalmente somos sus creación, fue Él quien nos otorgó los talentos y las capacidades que tenemos, y la paz que sobrepasa todo entendimiento guardará nuestros corazones (Filipenses 4:7).

sábado, 29 de noviembre de 2014

Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden

Todos los seres humanos en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido lastimados por alguien, sin importar quién. No existe en el mundo alguien que pueda decir que nunca haya sentido dolor causado por otra persona. Que no se haya sentido ofendido por el proceder de otro. Y esto se da en todo tipo de relación y círculos en los que como seres humanos nos desenvolvemos, en la familia, el trabajo, los amigos, etc. 
Muchas veces esperamos que los demás cumplan con las promesas efectuadas, o reaccionen conforme a estándares y premisas definidas por nosotros mismos, o que se conduzcan como nosotros lo haríamos en determinadas situaciones. Cuando eso no resulta de la manera esperada, el dolor y la decepción, nos convierten en jueces de la conducta de los demás, midiendo y juzgando a otros bajo nuestros propios parámetros. Nos confiamos en nuestro infalible criterio para sentenciar que está bien y que está mal.
En algunas ocasiones, ese dolor lo dejamos de lado y continuamos para adelante como si nada hubiese pasado, pero en otros casos permitimos que los mismos aniden en nuestro corazón, se vayan acumulando y terminen creando profundas heridas con largas raíces de amargura. Cuando permitimos que eso suceda, ese dolor que sentimos no nos permite tomar las mejores decisiones para nuestra vida, puesto que en la mayoría de los casos, como medida de protección levantamos muros y ponemos distancias que nos separan de aquellas personas a quienes en nuestra ignorancia las hacemos responsables de la situación. Esperamos como mínimo un reconocimiento del error, un pedido de disculpas, y aun así en muchos casos, optamos por ejecutar la sentencia.
Lo que muchas veces olvidamos es que en toda rencilla siempre son necesarias dos partes, que indefectiblemente en cualquier discusión en la que nos encontremos envueltos, nosotros tenemos nuestra cuota de responsabilidad, y no podemos eludir la misma. 
La Biblia nos enseña cual debería ser nuestra forma de conducirnos cuando nos encontramos en esta situación. En el Sermón del Monte, Jesús enseñó acerca del enojo (Mat 5:21-26), alertándonos sobre las consecuencias y el peligro del mismo, nos advierte que tengamos cuidado con nuestra manera de reaccionar a las ofensas, porque si decidimos dar rienda suelta a nuestro ego, podríamos terminar condenados en la eternidad. Nos aconseja que antes de presentarnos ante el Señor con nuestras ofrendas, arreglemos nuestros problemas con quienes tenemos alguna rencilla, dado que si guardamos algún rencor contra alguno de nuestros prójimos, de nada sirven nuestras buenas acciones. 
Más adelante nos vuelve a enseñar sobre este tema, cuando Pedro le plantea generosamente, si es suficiente perdonar siete veces al agresor, Jesús le responde que hasta setenta veces siete debemos perdonar a quien nos ofende (Mateo 18:21-22), haciendo las cuentas son unas cuatrocientas noventa veces. Convengamos que eso es mucho, pero si la misericordia del Señor es nueva y se renueva cada día, quienes somos nosotros para llevar en cuenta las veces que hemos perdonado a nuestros hermanos? Está bien, Él es Dios y nosotros simples mortales, pero creados a su imagen y semejanza, y por si fuera poco llamados a reflejar el carácter de Cristo en esta tierra.
El perdonar a quien nos ha ofendido, agredido o lastimado, es uno de los requisitos indispensable para que podamos recibir el perdón que viene de Dios, el otro es confesar nuestra culpa. Si nosotros guardamos rencor y no perdonamos a quienes nos han ofendido, con qué derecho podemos implorar el perdón? Jesús dijo, perdona nuestras ofensas (pecados), así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mateo 6:12), es un condicionamiento previo que si no lo tenemos en cuenta, aunque confesemos nuestros pecados no recibiremos el perdón, es así de simple.
Debido a nuestra naturaleza humana y como seres imperfectos que somos, no vamos a poder impedir el airarnos en algún momento de nuestras vidas, por lo que la Biblia nos aconseja en estos casos no pecar, si llegamos al extremo de airarnos, nos advierte que el sol no se ponga sobre nuestro enojo, es decir que no permitamos que pase el día sin solucionar el problema con nuestro hermano. (Ef. 4:26). Debemos quitar de nosotros toda amargura, ira, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta. Por el contrario, debemos ser amables unos con otros, de buen corazón, y perdonarnos unos a otros, tal como Dios nos ha perdonado por medio de Cristo (Ef. 4:31-32 NTV). Si no lo practicamos, si no llevamos frutos del Espíritu Santo, y nos dejamos guiar por nuestra carne, Jesús nos advierte que con la misma dureza que juzgamos a otras personas, en el día del juicio, Dios será igualmente duro con nosotros (Mateo 7:2), por lo tanto ¡Ya no sigamos enojados! Dejemos a un lado la ira! No perdamos los estribos que eso únicamente causa daño. (Sal 37:8 NTV)

martes, 4 de noviembre de 2014

Tradiciones y costumbres, un peligro latente

Una frase popular señala que el ser humano es un animal de costumbres. De hecho un gran número de expertos dicen que veintiún días consecutivos, es el tiempo que precisa una persona para cambiar un hábito. Después de tres semanas la acción repetida quedará internalizada como una costumbre.
Si nos detenemos a observar la manera en que llevamos a cabo ciertas tareas, vamos a darnos cuenta, que existen patrones repetitivos en nuestra manera de realizar determinadas actividades. Por ejemplo al conducir a la oficina, salvo exista alguna circunstancia especial que nos obligue a cambiar nuestra ruta, siempre vamos a ir por el mismo camino. Al levantarnos para iniciar nuestras actividades todas las mañanas, es muy probable que siempre lo hagamos a la misma hora, y del mismo modo. Ejemplos podemos encontrar en cantidad si nos detenemos a observar cómo nos desenvolvemos diariamente.
El problema se origina cuando esos hábitos se convierten en paradigmas que permanecen en el tiempo y nos impiden abrir nuestra mente y nuestros corazones a otras formas de percibir la realidad, y en muchos casos inclusive no nos permiten ver la verdad.
Muchas veces a causa de estas costumbres y tradiciones; las que han permanecido en el tiempo; aceptamos premisas erróneas. Por el simple hecho de haber subsistido en el tiempo, es decir por haberse trasmitido de generación en generación y ser de gran aceptación y difusión general, les otorgamos una validez irrefutable.  Nos resulta muy cómodo, dado que no necesitamos pensar o cuestionar nada, ya todo está resuelto!!!! Y como ha permanecido en el tiempo debe ser verdad. Esta capacidad para automatizar los procesos y procedimientos, algunas empresas han utilizado para garantizar su éxito y la correcta manera de llevar a cabo las labores diarias, y en realidad, si nos ponemos a pensar, no es tan malo estandarizar determinadas áreas de nuestra vida, pero esto trae aparejado consigo un gran peligro latente, cuando estas supuestas verdades sirven de fundamento para tomar decisiones que pueden afectar a nuestro futuro y porque no también a nuestro presente en otras áreas como ser la relación con nuestro creador.
Durante el tiempo que Jesús desarrolló su ministerio en la tierra, una constante fue su enfrentamiento con los religiosos de la época, justamente por este punto, Él iba en contra de sus tradiciones, los acusó de que por el bien de ellas violaban y anulaban los mandamientos directos de Dios (Mat 15:1-9). 
Cuantas veces hoy en día nosotros nos comportamos al igual que esos escribas y fariseos, cuando por nuestras “tradiciones”, menoscabamos el sacrificio de Jesús en la cruz del calvario. Cuando guiados por ellas seguimos reglas y procedimientos que nos alejan de la verdad del Evangelio. Cuando las anteponemos a la Palabra de Dios.
Si aceptamos que la Biblia ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar e instruir en justicia entre otras cosas (2 Tim 3:16) debemos tener muy presente que la misma nos advierte en varias partes acerca de seguir las tradiciones de hombres y dejarnos guiar por ellas, así en Colosenses 2:8 nos dice que no debemos permitir que nadie nos atrape con filosofías huecas y disparates elocuentes, que nacen del pensamiento humano y de los poderes espirituales de este mundo y no de Cristo (NTV). También nos aconseja que dejemos de prestar atención a mitos y mandatos de quienes se han apartado de la verdad (Tito 1:14).
La pregunta que debemos hacernos es si vamos a seguir permitiendo que el dios de este mundo, ósea satanás, nos siga cegando el entendimiento para que no nos resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Cristo (2 Cor 4:4), o vamos a dejar de lado nuestras tradiciones para tener una verdadera relación con nuestro Padre que está en los cielos? De nosotros depende que tengamos un corazón predispuesto a recibir la revelación del Espíritu Santo.

sábado, 18 de octubre de 2014

Las dificultades en nuestras vidas

En ciertas ocasiones de nuestra vida es muy probable encontrarnos atravesando por situaciones que no están dentro de lo planeado, circunstancias no muy agradables, o momentos que, porque no decirlo nos gustaría que fuesen de otro modo, situaciones de todo tipo, financiera, laboral, de salud, de relacionamiento con nuestra familia, con nuestro entorno, etc.
Es muy común, que, en esos casos, busquemos una explicación para lo que estamos atravesando, en decisiones tomadas en el pasado y que afectan nuestro presente, o tal vez en cuestiones que si las hubiésemos hecho de una manera distinta hoy no estaríamos atravesando por esta situación. 
Algunas veces vamos más allá todavía y cuestionamos a Dios, por qué permite que atravesemos por esos caminos? Por qué a nosotros? Si a nuestro juicio, siempre hemos actuado de la manera correcta. Por qué si a nuestro buen criterio, nos catalogamos como hijos obedientes a su Palabra, nos tiene que pasar esto? Por qué no podemos gozar de sus bendiciones? De todo aquello que por justicia nos consideramos merecedores? Y, por si fuera poco, miramos alrededor y a nuestro entender, dichas bendiciones nos corresponden mucho más que a otros. Después de todo no somos malas personas.
Ese dolor que podemos llegar a sentir en esos momentos es capaz de hacer crecer en nuestro corazón las más profundas raíces de amargura y resentimiento, un gran desanimo que puede inclusive impedir que apreciemos todo lo bueno que el Señor ha puesto alrededor nuestro.
La Biblia nos aconseja que, sobre toda cosa guardada, guardemos nuestro corazón porque de él mana la vida (Proverbios 4:23), que guardemos lo bueno y desechemos lo malo, porque de lo que abunda en nuestro corazón, habla la boca (Lucas 6:45). Si permitimos que la amargura, el dolor, el resentimiento y otros sentimientos parecidos dominen nuestro corazón, de nuestra boca solo saldrán palabras de muerte y no de vida, de reproche y no de aliento, de lamentación y no de gozo.
No es que no podamos en algún momento sentirnos angustiados o afligidos. En realidad, el propio Jesús, ya nos advirtió que en este mundo tendríamos pruebas y tristezas (Juan 16:33 NTV), pero también nos dijo que Él ya había vencido al mundo, así que lo importante es asegurarnos de estar con Él. Es por eso por lo que debemos decidir con que actitud enfrentaremos esas circunstancias. Nos vamos a entregar y permitir que crezcan esas raíces de amargura? Daremos rienda suelta a nuestra carne y llenar nuestra boca de quejabanza?.
Recordemos que mientras Pedro tuvo los ojos puestos en el Señor, él pudo caminar sobre las aguas. Y si consideramos que esas aguas, son como los problemas y vicisitudes de la vida; porque convengamos que caminar sobre las aguas no parece una tarea fácil de realizar; y nos enfocamos en Cristo, podremos decir al igual que Pablo, que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. (Filipenses 4:3)
En la carta a los habitantes de Filipo, Pablo enseña cual es la actitud que debemos tener en todo momento, nos dice que no nos preocupemos por nada; que, en cambio, oremos por todo, que presentemos a Dios lo que necesitamos y demos gracias por todo lo que Él ha hecho. Así podremos experimentar su paz, que supera todo lo que podemos entender. Esa paz cuidará nuestro corazón y nuestra mente mientras vivamos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7 NTV).
Obviamente la condición es vivir y permanecer en Cristo Jesús, y esto lo logramos, cuando obedecemos sus mandamientos y permanecemos en su amor (Juan 15:10).
Así que la próxima vez que nos debamos enfrentar a dificultades en nuestra vida, la próxima vez que el enemigo quiera robarnos esa paz y ese gozo; que quiera instalar en nuestra mente, esos pensamientos negativos, recordemos que Jesús nos invita a acudir a Él, pues nos hará descansar. Nos sugiere que le entreguemos nuestra carga y la cambiemos por su yugo que es ligero y fácil de llevar (Mateo 11:28-30). Y por, sobre todo, tengamos siempre presente que Dios habita en el medio de la alabanza de su pueblo (Salmos 22:3).

sábado, 4 de octubre de 2014

El manual del usuario

Cuando adquirimos algún determinado tipo de artículo, es muy común encontrar en la caja un pequeño libro con las instrucciones específicas de cómo sacar el mayor provecho y asegurar el correcto funcionamiento del bien adquirido, es más la lectura y correcta aplicación del mismo en muchos casos, puede resultar una condicionante, para que llegado el caso, podamos ejercer nuestro derecho a reclamar la garantía en ocasión de algún desperfecto de nuestra adquisición.
Que útil nos resultaría contar con un manual de este tipo para nuestra vida cotidiana. Como nos facilitaría la vida!!!!!
Lo que muchos de nosotros desconocemos, es que en realidad, ese manual existe y está disponible para todos, el cual nos ha sido entregado por el propio creador,  con el propósito que lo pongamos en práctica y así poder operar con toda seguridad en nuestras vidas y nuestro cotidiano andar. 
Ese manual es la Biblia, la cual es inspirada por Dios y útil para enseñarnos lo que es verdad, para hacernos ver lo que está mal en nuestra vida. Nos corrige cuando estamos equivocados y nos enseña a hacer lo correcto (2 Timoteo 3:16 NTV).
En la misma podemos encontrar enseñanzas y respuestas para cada situación o momento de nuestras vidas.
Así pues en nuestra condición de hijos, como deberíamos conducirnos con nuestros padres? El quinto mandamiento entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí, nos dice que debemos honrar padre y madre (Deuteronomio 5:12), este es el único mandamiento con promesa, ya que si lo ponemos en práctica, nos asegura largura de días a nuestra vida y que todo nos ira bien. Nos invita a obedecerles en todo, porque esto es justo (Efesios 6:2).
Cuando tomamos la decisión de unirnos en pareja para formar una familia, la Biblia nos aconseja que tanto el hombre como la mujer deben dejar padre y madre y unirse en una sola carne (Génesis 2:20), y nos instruye acerca de cuál es el rol que cada uno; hombre o mujer; tiene dentro de la relación (Efesios 5:22-28).
Como padres nos aconseja instruir a nuestros hijos en su camino para que cuando alcancen la madurez no se aparten del mismo (Proverbios 22:6). Nos invita a no provocarlos a ira y a criarlos en amor y disciplina. 
Dependiendo de qué posición ocupemos dentro de la comunidad nos da instrucciones bien claras sobre cómo debemos conducirnos. Nos advierte que el bien que cada uno haga, eso recibirá de recompensa del Señor (Efesios 6:5-9).
La Biblia también nos habla de sobre cómo debemos conducirnos como ciudadanos, que actitud tener en relación a nuestros impuestos, sobre cuál es la conducta que debemos observar en nuestra relación a los demás, etc. En fin, en ella podemos encontrar instrucciones sobre una diversidad de temas cotidianos y cómo conducirnos en una variedad de situaciones de nuestro diario andar que si quisiéramos enumerarlas, la lista sería bastante extensa.
A lo largo del tiempo, las sociedades han aceptado la mayoría de sus enseñanzas; aun fuera de un contexto de relación con nuestro Padre que está en los cielos; como valederas para una convivencia civilizada, o de buena moral.
Sin embargo al igual que ocurre con los manuales de usuarios, nuestro ego y nuestra auto suficiencia, nos lleva a actuar sin detenernos a meditar y evaluar la correcta manera de hacer las cosas. Esta actitud a menudo nos lleva en muchos casos a equivocarnos y cometer errores, los que dependiendo de la situación pueden generar daños irreparables en nuestras vidas presente y futura.
En Josué 1:8 (NTV) encontramos una invitación y a la vez una advertencia que nos entrega el Señor. Nos llama a estudiar constantemente ese libro de instrucción que es la Biblia, a meditar en él de día y de noche para asegurarnos de obedecer todo lo que en él está escrito, pues de este modo nos asegura que no nos equivocaremos y entonces nos irá bien en todo aquello que hagamos.
En otras palabras, de nosotros depende de qué modo transitaremos por esta vida, guiados por nuestro sentido común, que muchas veces es el menos común de los sentidos, o conforme a las instrucciones que recibimos luego de meditar diariamente en este manual del usuario que no es otra cosa que la propia Palabra de Dios, que es viva, eficaz y permance para siempre, aun cuando todo pasa. (1 de Pedro 1:25)

sábado, 27 de septiembre de 2014

Esas vanas discusiones peligrosas

Hoy en día el desarrollo de la tecnología y la penetración del Internet, nos ha llevado a los seres humanos a estar muchos más conectados con la sociedad; y cubiertos por un manto de invisibilidad nos atrevemos a publicar o comentar en nuestros muros, o en los medios digitales de comunicación, cualquier tipo de artículos o noticias, sin detenernos en el análisis preliminar del mismo.
Da la sensación que tenemos impunidad para decir o participar en cualquier clase de noticia o artículo que se nos cruce delante, nos convertimos en entendidos en una diversidad de temas, los que dependiendo del interés de la gente, pueden llegar a viralizarse en mayor o menor grado, generando un caudal de defensores y detractores apasionados, dispuestos a dejar el alma en el campo de batalla en pos de defender sus puntos de vista.
Si algo ha contribuído la democracia a la sociedad, es la idea de que todos podemos expresar y defender nuestros derechos y opiniones, sin importar que tan lejos lleguemos para ello.
Lo cierto es que en muchos casos, el tema que da origen a la discusión se puede desviar en acusaciones personales y comentarios de valor, lo que a su vez genera un incremento en el tono y la diversidad de epítetos empleados.
En aras de defender nuestras más loables causas, nos convertimos en paladines de la verdad, defensores de otros tomando partido por tal o cual bando, instalando enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas; todos ellos frutos de nuestra condición humana, expresando cuan equivocado esta nuestro interlocutor.
Esta realidad no se circunscribe al ámbito cibernético exclusivamente, sino que en muchos casos trasciende a la interacción personal; en vivo y en directo; a reuniones y ocasiones en que interactuamos y compartimos con otras personas. Tampoco se circunscribe a determinados grupos o círculos. Para ser sinceros en esta trampa caemos todos los seres humanos sin distinción de raza, credo, o bandera política. 
Quienes hemos decido seguir a Cristo, también estamos expuestos a esta realidad. La mayoría de las veces queremos salir en defensa de quienes profesan nuestra misma fe, forman parte de nuestra congregación o de nuestras propias creencias. 
Por una buena causa, sin darnos cuenta, caemos en la trampa mortal de satisfacer los deseos de nuestra carne, porque una buena discusión por más buenos y sólidos fundamentos o intenciones que tenga, no es otra cosa que un pleito o contienda. 
La Biblia es bien clara en cuanto a este punto, quienes practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:21), así de tajante, sin excepciones ni consideraciones al margen.
Ser cristiano significa, reflejar el carácter de Cristo en esta tierra. Como dice el apóstol Pablo en su carta a los Gálatas “Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20), es decir que si Cristo vive en mí, yo debo conducirme del mismo modo que Él lo haría.
En Mateo 27:13-14, encontramos un claro ejemplo de cómo Jesús reacciona ante una acusación por parte de los principales sacerdotes y los ancianos; no responde nada, a pesar de la insistencia de Pilatos, Jesús no respondió a ni una sola pregunta; aun cuando Él era consciente de cuánto dolor debería soportar más adelante. No nos olvidemos que en ese momento estaba en su faceta más humana, pero aun así luego de todo ese dolor, en oración directa al Padre, suplíca el perdón de sus verdugos, pues no sabían lo que estaban haciendo (Lucas 23:34). Vaya ejemplo que nos estaba dando!!!!!
Esta forma de reaccionar va en contra de nuestra lógica humana, y justamente eso aprovecha el enemigo para hacernos caer en su trampa, y tener un motivo valedero con el cual acusarnos ante Dios, siempre engañados por la mejor de las causas.
Al desenfocarnos de Jesús olvidamos que el mensaje de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, es poder de Dios. (1 Corintios 1:18).
La Biblia nos aconseja en 1 Pedro 5:8 que seamos sobrios y prudentes, que estemos siempre alertas pues nuestro enemigo anda como león rugiente buscando a quien devorar, al menor descuido nos pondrá ocasión de caer para poder acusarnos ante nuestro Padre. 
Por eso pidamos al Espíritu Santo que mora en nosotros, y que nos ha sido dado justamente para eso, nos guié en todo momento, y nos de sabiduría para sembrar en justicia, porque finalmente “mía es la venganza, yo soy el que paga dice el Señor” (Hebreos 10:30).
Tengamos siempre presente que la vida y la muerte están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos (Proverbios 18:21), que una áspera respuesta nos puede conducir a una vana discusión peligrosa.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Porque no callamos el Evangelio

Como la gran mayoría de los paraguayos, fui criado en una familia con profundas convicciones católicas y con la certeza de la existencia de un Dios creador del universo y de todo lo que en él existe. Fui educado en un colegio religioso por sacerdotes que me enseñaron de religión y a cumplir los mandamientos de la misma, pero que lastimosamente no me enseñaron a tener una relación con Dios.
Por la misericordia de Dios, un día, el Espíritu Santo tocó a mi puerta y lo invité a pasar, pero debo admitir que fue un proceso que se inició unos meses antes y en el cual Dios usó a varias personas que fue poniendo en mi camino a medida que se construía el mismo.
Muchas veces me pregunto que hubiera sido de mi vida, si las personas que intervinieron en ese proceso hubiesen hecho oídos sordos a la instrucción de Jesús de ir y hacer discípulos (Mateo 28:19); si se hubiesen quedado en el molde para no molestar o incomodar en muchos casos, a quien veían por primera vez, o con quien no tenían mucha confianza. Si no hubiesen entendido que Jesús es causa de división (Mateo 10:34-36)
Cuando uno conoce realmente a Dios y empieza a tener esa relación con Él, tiene un deseo incontenible de transmitirle a la gente, lo bien que se siente y como esa nueva relación ha cambiado nuestras vidas.
El primer blanco de ese ímpetu normalmente es nuestro círculo más allegado, los cuales luego de soportar nuestra avalancha de razones, pueden tener las más diversas reacciones, como ser la aceptación, el desinterés, el rechazo y hasta la indiferencia, expresadas en la clásicas respuestas como que cada uno cree según su conciencia, o no hay que forzarle a la gente, o yo estoy bien con mi religión, allá vos con la tuya, etc., y en algunos casos hasta se sienten agredidos por nuestro ímpetu y vehemencia.
Más allá de estas formas de reacción lo cierto es que Jesús, cuando iba a ascender a los cielos, dejó una instrucción bien clara "Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos" (Marcos 16:15 NTV). Es más nos aseguró que Él estaría con nosotros todos los días (Mateo 28:20), por lo que se convierte en una comisión dada a todos sus seguidores sin distinción de credo, ni condición.
De hecho aún no existían las diversas denominaciones, pues nótese que a sus seguidores se los llamó cristianos recién en Antioquia (Hechos 11:26), unos años después de la ascensión.
Para quienes llegan a descubrir el secreto de esta relación de Amor con Jesús, la orden dada por Él en estos versículos sirve de suficiente motivación para emprender la tarea de llevar la Buena Noticia del regalo de la salvación, todos los días, las 24 horas.
Pero existen otras razones, que por más que desconozcamos, deben impulsarnos a llevar esta Buena Noticia; es como cuando visitamos un país extraño, no podemos alegar desconocer las leyes del mismo para evitar su vigencia en nuestras vidas.
En Ezequiel 33:6-9, Dios nos advierte que nos ha puesto por atalaya de sus hijos y que si nos callamos ante los errores de nuestros hermanos, demandará su sangre de nuestras manos, por lo que pasamos a asumir la responsabilidad por la perdición de esas almas, y si bien nuestra salvación no es por obras, si no que por gracia para que nadie se gloríe por ello (Efesios 2: 8-9), también es cierto que el día del juicio nuestras obras; las que deben estar fundamentadas en Jesucristo; serán probadas a fuego. Si permanecen, recibiremos nuestro galardón (1 Corintios 3:11-15). Quiere decir que cada vez que decidimos hablar o callarnos a nuestros hermanos, vamos a determinar qué tipo de recompensa recibiremos en el día del juicio, del cual nadie puede escapar.
La Palabra de Dios nos advierte que la gran mayoría de nosotros tenemos un gran entusiasmo por Dios, pero es un fervor mal encauzado, pues no entendemos la forma en que Dios hace justas a las personas ante Él. Nos negamos a aceptar el modo de Dios y en cambio, nos aferramos a nuestro propio modo de hacernos justos ante Él, tratando de cumplir sus mandamientos (Romanos 10:2-3). Y como caeremos en cuenta si es que nadie nos predica? Si nadie nos cuenta que Jesús es el único camino al Padre? Que nadie puede llegar al Padre si no es a través suyo? (Juan 14:6).
Cuando finalmente nuestro Señor vuelva, y arregle cuenta de los talentos que ha confiado a nuestro cuidado, estoy seguro que a todos sin excepción nos gustaría oír "Siervo bueno y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor", y es por eso, muchas veces traspasando los límites de la cordura y buena costumbres, no callamos el Evangelio.

El AMOR, la fuente de nuestra prosperidad

Hace un par de semanas atrás, volviendo de una reunión con amigos, venia conversando sobre como a algunos parece resultarle más fácil prosperar que a otros.
Existen dos formas de llegar a los pies de Cristo, por amor o por dolor; dolor financiero, de pareja, familiar, de salud, en fin dolor de diversas maneras, pero de todas estas formas parecería que la sanidad de las finanzas es la más llamativa, o por lo menos la que más se percibe.
En la Palabra de Dios existen alrededor de 2.350 versículos que hablan de dinero y tiene aproximadamente 3.573 promesas para cada uno de sus hijos.
Cuando las promesas financieras parecen no venir, empezamos a preguntarnos que estamos haciendo mal o porque Dios parece estar molesto con nosotros, y la verdad es que nunca hemos estado más equivocados. La Biblia dice en 3 Juan 2, que Dios desea que prosperemos, pero con una condición que prosperemos conforme a como prospera nuestra alma.
Pero porque nuestra alma?, y en qué debería prosperar nuestra alma? En primer lugar nuestra alma debe prosperar pues es lo que está en juego en el mundo espiritual, sabemos que nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de nuestro creador, es decir cuerpo, alma y espíritu. Cuando muramos, este cuerpo no lo vamos a llevar pues los resucitados en Cristo tendremos un cuerpo glorificado, esta carne y estos huesos se convertirán en polvo. El espíritu que es ese hálito de vida que sopló Dios en Adán para que tuviera vida, le pertenece a Él y a Él va a volver. Finalmente nuestra alma que es donde reside nuestra voluntad, nuestra capacidad de sentir y tomar decisiones, puede tener dos destinos dependiendo de las decisiones que hayamos tomado en esta vida; si hemos decidido confesar que Jesucristo es nuestro único y suficiente Salvador vamos a pasar la eternidad en el cielo, es decir en las moradas que hay en la casa del Padre, donde Jesús fue a prepararnos lugar (Juan 14:2).
Es por eso que es importante que nuestra alma prospere, para ser dignos de morar en ese lugar, salvo que deseemos ir a parar a un lugar con temperaturas un tanto más elevadas y donde es el llanto y el crujir de dientes, cosa que no creo que nadie en su sano juicio pueda anhelar.
Ahora bien, la siguiente pregunta que queda por responder es, en qué debe prosperar nuestra alma, para poder ser prosperado en todo como dice en 3 Juan 2, y ver realizada la promesa de Dios para nuestra vida?.
La verdad que la Biblia entrega un montón de enseñanzas de cómo debemos conducirnos en esta vida, y no podríamos enumerar en orden de importancia cada una de ellas, porque considero que todas son igual de importante, pero el mismo Jesús fue bien claro cuando le preguntaron cuál era el principal mandamiento, y es Amar a Dios por sobre todas las cosas, y ese mandamiento de por sí ya es muy amplio, pensemos que tenemos que amar a Dios por encima de nosotros mismos, de nuestros intereses particulares.
También dijo que había que amar al prójimo (Mateo 22:39) y llevó aún más lejos este mandamiento, cuando dijo que hay que amar a nuestros enemigos pues que mérito tiene amar a quien no nos ha hecho daño (Mateo 5:44-47), evidentemente el Amor es una pieza clave en nuestro andar cristiano.
En griego; el idioma en que fue escrito el nuevo testamento, existen varias palabras para definir el significado del amor, así tenemos el Amor Eros, para definir el amor pasional o sensual, el Amor Philios, para definir un amor virtuoso, desapasionado que incluye la lealtad a los amigos, la familia o la comunidad, El Amor Storge que es el afecto natural como el de los padres a los hijos, y el Amor Ágape, para definir el amor incondicional o puro que es el Amor de Dios por nosotros, sus criaturas e hijos.
La Biblia dice en 1 de Juan 4:8 que Dios es amor y él que no ama no ha conocido a Dios, pero el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él (1Juan 4:16).
Por ende en lo que nuestra alma debería prosperar es en Amor, fruto del Espíritu, del cual se desprenden los otros frutos que son el gozo o alegría, la paz, la paciencia, la benignidad o gentileza, la bondad, la fe, la mansedumbre o humildad, la templanza o dominio propio, y que son contrarias a las obras de la carne, es decir a las obras de nuestra naturaleza humana y que son la inmoralidad sexual, la impureza, las pasiones sensuales, la idolatría, la hechicería, la hostilidad, las peleas, los celos, los arrebatos de furia, la ambición egoísta, las discordias, las divisiones, la envidia, las borracheras, las fiestas desenfrenadas y cosas parecidas.
La Palabra de Dios es bien clara en este punto, al decirnos que andemos en el Espíritu  y no satisfagamos los deseos de la carne (Gálatas 5:16), así que la próxima vez que nos pongamos a evaluar porqué las promesas de prosperidad no se ven reflejadas en nuestra vida, sería bueno que también nos preguntemos qué tanto ha prosperado nuestra alma?, que tanto morimos a nuestra carne para andar conforme al Espíritu? mejoramos la actitud con que afrontamos las circunstancias de la vida?, nos sujetamos a la voluntad del Padre sin cuestionar?, cual es la calidad de nuestra alabanza a Dios Padre, o es que en nuestros labios está siempre presente la quejabanza?, qué tanto estamos reflejando el carácter de Cristo en nuestra vida?.
No es fácil, de hecho creo que es un proceso en el cual Dios trabajará con nosotros hasta el día en que seamos llamados a su presencia. Pero debemos recordar que para Jesús tampoco fue fácil ir a la cruz del calvario, sin embargo fue fiel y obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, el peor castigo que se le podía incurrir a un ser humano en esa época.
Pidamos al Espíritu Santo que mora en nosotros, que nos guíe, nos de sabiduría para poder prosperar nuestra alma, y remueva de nosotros todo aquello que la impida prosperar, y así podamos disfrutar de la prosperidad en todas las áreas de nuestra vida; pues si nosotros siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:11). Porque después de todo como son más altos los cielos que la tierra, así son los caminos del Señor, más altos que los nuestros, y sus pensamientos más altos que los nuestros (Isaías 55:9).