Una de las definiciones que da el diccionario de la Real Academia Española de la lengua para el vocablo Orgullo, dice que es la arrogancia, vanidad o el exceso de estimación hacia uno mismo. Similar significado tienen la suficiencia, la soberbia, la altivez, el engreimiento y algunas otras palabras más, que muchas veces definen la conducta que tenemos los seres humanos hacia los demás.
En ciertas ocasiones de la vida, en distintas circunstancias que se nos presentan, cuando nuestra opinión o nuestro punto de vista con relación a determinada situación se ve confrontado, y nuestro ego se ve amenazado, parecería que nuestro sistema de defensa casi sin percibirlo ingresa en modo orgullo y no somos capaces de practicar la empatía o lo que es lo mismo ponernos en el lugar del otro, no somos capaces de siquiera intentar razonar como o porque el otro está haciendo o actuando como lo hace, y por ende lo menospreciamos. Esto automáticamente produce una brecha infranqueable que nos divide y distancia, la que indefectiblemente permanecerá hasta que alguno de los involucrados decida cambiar, su postura.
En otras palabras, hasta que no construyamos puentes que conduzcan nuevamente a un reencuentro con la otra parte, esa brecha o distanciamiento permanecerá en el tiempo con la posibilidad de ir acrecentándose hasta un punto en que las posiciones asumidas por cada parte sean irreconciliables, y como uno no sabe las vueltas que da la vida, lo que tal vez hoy nos permita encontrarnos en una posición en la que nuestro orgullo y nuestra soberbia, nos otorguen una postura fuerte e intransigente, tal vez mañana no sea de ese modo, y hasta inclusive denote una debilidad. Es ahí cuando podríamos lamentar el no haber sido más humildes de corazón.
Nuestro orgullo, arrogancia, soberbia, o como nos guste llamarla, nos puede jugar una mala pasada. Porque, en primer lugar, al permanecer cada uno en su posición difícilmente podamos encontrar una solución a la circunstancia o dificultad que estamos atravesando. Y esto es aplicable a todos los ámbitos de nuestra vida, tanto en el ámbito profesional, como el familiar, y hasta inclusive en lo social.
Muchas relaciones matrimoniales, familiares, laborales o incluso años de amistad se han visto afectadas porque en algún punto ninguna de las partes ha querido ponerse en la posición de la contraparte. Cuántas veces el hecho de sobreestimar nuestras acreencias, sean del tipo que estas sean, no han permitido que podamos encontrar un punto de convergencia para evitar que relaciones de larga data se vean interrumpidas por supuestas posturas irreconciliables. En segundo lugar y aún más importante todavía, es que el hecho de que permanecer en el orgullo hace que vayamos en contra de lo que la Palabra de Dios dicta y es que ella nos dice que debemos ser realistas al evaluarnos a nosotros mismos y que ninguno debe creerse mejor de lo que realmente es (Romanos 12:3 NTV parafraseado). Justamente este fue el pecado de satanás, el cual aun habiendo sido creado perfecto, lleno de sabiduría y acabado de hermosura (Ezequiel 28:12), enalteció su corazón y a causa de ello corrompió su sabiduría (Ezequiel 28:17 parafraseado).
En otras palabras, sabiéndose perfecto, fue falto de humildad y quiso ocupar el lugar de Dios, rebelándose contra Él, y del mismo modo cuando nuestro orgullo y nuestra soberbia nublan nuestro entendimiento nos exponemos a que igual que a satanás nos falte humildad, y se produzca en nosotros la misma rebeldía para con Dios, cosa que Él detesta, y lo dice bien claro en su Palabra, la soberbia y la arrogancia aborrezco (Proverbios 8:13 para fraseado), y como consecuencia resiste a quienes hacen gala de ella, dando en cambio gracia a los humildes (Santiago 4:6 parafraseado).
El problema de la rebeldía no radica solamente en que nos exponemos a rechazar a Dios y todo lo que ello implica para nuestra vida eterna; puesto que al ser la rebeldía equivalente al pecado de hechicería (1 Samuel 15:23) formaremos parte de los que la practican, y por lo tanto tendremos nuestra parte en el lago de fuego que es la muerte segunda (Apocalipsis 21:8); sino que además cuando no oímos la voz de Dios, quedamos a la dureza de nuestro corazón y caminamos en nuestros propios consejos (Salmos 81:11-12 parafraseado), y como lo dijo Jesús, separados de Él nada que lleve buenos frutos podremos hacer (Juan 15:1-5).
En todo caso, si de algo debemos gloriarnos, si de algo nos deberíamos sentir orgullos, debería ser de conocerlo y comprender que Dios es el Señor, que actúa en la tierra con amor, con derecho y justicia. Esto es lo que le agrada (Jeremías 9:24 parafraseado). Porque después de todo, todo es de Él, por Él y para Él. A Él sea la gloria por lo siglos. Amén (Romanos 11:36).
