sábado, 27 de diciembre de 2014

Todo aquello que nos motiva

A medida que vamos transitando por los caminos de la vida, cada uno de nosotros vamos elaborando planes y trazándonos objetivos que alcanzar o sueños que anhelamos verlos hecho realidad.
Desde que empezamos a tener uso de razón, empezamos a soñar y visionar como será nuestro futuro, al principio en nuestra etapa infantil, esos sueños y objetivos son bastantes idealistas, algunos inclusive nos vemos alcanzando elevadas cumbres, piloteando grandes naves o conquistando el espacio exterior. Siendo reconocidos por nuestros logros, hazañas y proezas.
A medida que vamos creciendo y madurando esos sueños se van volviendo más realistas, o por decirlo de otro modo, más ajustados a los requerimientos de nuestra sociedad, de nuestro entorno. 
Así, llegado a la madurez, a los años “productivos” por llamarlo de alguna manera, nos abocamos a lograr lo que nosotros mismos definimos como el éxito personal, una carrera profesional exitosa, una buena familia, buena posición económica, el reconocimiento de la sociedad por todo aquello que logramos gracias a nuestros méritos. 
En un mundo consumista y materialista, la sociedad nos ha inculcado que lo cuenta es cuanto más…, cuanto más tengo, cuanto mejor soy, cuan más alto he llegado, etc.
Y todo lo hacemos con nuestras propias fuerzas, para que el mérito no sea de nadie más, y así poder gritarle al mundo que nosotros también podemos.
En algunos casos como una medida de protección, y ante la imposibilidad de alcanzar dichas metas, nos engañamos a nosotros mismos, declarando nuestro desinterés en el éxito mundano, nos etiquetamos de altruistas, aunque en el fondo nos gustaría saborear esos placeres.
En otros casos cuando lo logramos, cuando alcanzamos esos objetivos que nos hemos propuesto ocurre que al poco tiempo de haberlo alcanzado, nos estamos planteando otros nuevos desafíos, lo que no está mal, ya que el ser humano necesita una meta que lo impulse a avanzar, a seguir creciendo.
El problema se presenta cuando alcanzadas nuestras metas, aun así no somos capaces de disfrutar de nuestros logros, cuando enseguida necesitamos plantearnos nuevos desafíos, cuando a pesar de lograr lo que nos hemos propuesto, sentimos un vacío inmenso dentro nuestro, tanto que parecería que nada lo llena, que nada nos parece suficiente. En esos momentos debemos poner un alto en nuestra vida, y preguntarnos cual es realmente nuestra principal motivación? Perseguimos la vanagloria del mundo? Que hemos puesto en nuestro corazón? Un sincero y profundo análisis a las respuestas de esas preguntas puede sorprendernos, mostrarnos que en todo momento, siempre hemos estado nosotros en el centro de todo lo que hemos perseguido, todo ha girado en torno a nosotros mismos, siempre se ha tratado de mí, y nada más que de mí.
Esta forma de pensar o de actuar egocéntrica, se contradice a las enseñanzas que nos dejó Jesús cuando estuvo entre nosotros, quien siendo el Hijo de Dios, dio su vida por nosotros, demostrando el amor que Dios nos tiene, siendo aun pecadores mandó a su Hijo Unigénito a morir por nosotros (Romanos 5:8), destruyendo de esa forma el acta de los decretos que pesa sobre cada uno (Colosenses 2:14).
En mateo 20:28 Jesús nos enseña que aquel que quiera ser el más importante entre todos debe estar dispuesto a servir a los demás, pues Él mismo estuvo entre nosotros como uno que sirve (Lucas 22:27), y si Él siendo el Hijo de Dios, estuvo dispuesto a limpiar los pies de sus discípulos, porque nosotros no lo haríamos? Que nos hace más especiales?
Ocurre que muchas veces por el afán que trae la vida misma, somos proclives a desenfocarnos de nuestro propósito en esta tierra, el ser imitadores de Cristo, el de poner los ojos en Jesús autor y consumador de nuestra fe (Hebreros 12:2).
La Biblia nos advierte que muchas disputas y peleas, se originan en los malos deseos que combaten en nuestro interior, envidiamos los que otros tienen y no podemos conseguir, y muchas veces no lo conseguimos porque, o no le pedimos a nuestro Padre o lo que es aún peor, pedimos con malas intenciones, deseando solamente aquello que nos dará placer, olvidando que la amistad con las cosas mundanas, significa la enemistad con Dios (Santiago 4:1-4).
En el Sermón del Monte, Jesús nos enseña sobre el dinero y las posesiones terrenales y nos invita a buscar primeramente el Reino de Dios por encima de todo lo demás, que llevemos una vida justa, y Dios nuestro Padre nos dará todo aquello que necesitamos. (Mateo 6:19-33). No nos afanemos por nada, sino por el contrario demos gracias a Dios por todo, sin vanagloriarnos de nada, porque finalmente somos sus creación, fue Él quien nos otorgó los talentos y las capacidades que tenemos, y la paz que sobrepasa todo entendimiento guardará nuestros corazones (Filipenses 4:7).