sábado, 15 de septiembre de 2018

Una pregunta incomoda


En varias ocasiones me ha tocado mantener conversaciones con personas que no comulgan con la idea de que el pueblo de Israel pueda ser el pueblo elegido de Dios. El principal argumento que esgrimen se centra en que un Dios de amor como en el que ellos creen no podría tener preferencia por tal o cual raza, pueblo o nación. Esa idea simplemente no les cabe en la mente.
Sin embargo, en muchos pasajes del Antiguo Testamento, podemos encontrar referencias a que el pueblo de Israel sí es el pueblo escogido por Dios como “su pueblo”, así, por ejemplo, en el libro de Deuteronomio, podemos leer específicamente que Jehová los ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra (Deuteronomio 7:6), lo cual no significa que deje de ser un Dios de amor, ya que escudriñando un poco más su Palabra, encontramos en 1 de Juan 4:8, que efectivamente Él es amor, y también rico en misericordia como lo dice en Efesios 2:4. Podemos no estar de acuerdo con lo que está escrito, pero no por eso deja de ser verdad, de hecho, el propio Jesús lo dice, la Palabra de Dios es verdadera (Juan 17:17).
Entonces, cómo puede ser que un Dios con estas características, tenga preferencias por tal o cual pueblo, más aún cuando su Palabra dice que Él no hace acepción de personas? (Deuteronomio 17:11). Pues bien, el hecho de que Dios haya escogido al pueblo de Israel como su pueblo escogido, no implica que su amor por el resto de la humanidad no sea el mismo, muy por el contrario, de tal manera la ha amado, que ha dado a su Unigénito Hijo, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. (Juan 3:16 parafraseado).
Pero más allá de si el pueblo de Israel es o no el pueblo elegido por Dios, en realidad, lo que deberíamos cuestionarnos, es si nosotros lo amamos a Él, si estamos dispuestos a demostrar que somos parte de su iglesia y aunque seguramente la mayoría de quienes decimos reconocer su existencia y ponemos nuestra fe y esperanza en Él, responda en forma afirmativa ante esta pregunta, existe una sola manera de demostrarlo. Jesús dijo que si los amábamos guardemos sus mandamientos (Juan 14:15). Lógicamente para esto deberíamos reconocer que la Biblia es la Palabra de Dios y que las enseñanzas que contiene son las que Jesús nos dejó en su paso por esta tierra. Pero, cómo podemos asegurarnos de que su contenido refleja exactamente las enseñanzas de Jesús? En otras palabras, que tan exactas han llegado sus enseñanzas hasta nuestros días?
Bueno si partimos de la base de la prueba bibliográfica, la cual consiste en la comprobación de un texto antiguo, a partir del estudio de la forma en que se copió y se trasmitió desde la época en que se escribió, la que se fundamenta en cuantas copias existen, y lo cercanas que son dentro de la historia a sus originales, lo podemos hacer. Así pues, de los escritos de Julio César se conservan diez copias que tienen un tiempo de mil años con los originales, de Platón siete copias con mil trescientos cincuenta años, y de más está decir que nadie duda del contenido de ellos. Pues bien, de los Evangelios, se conservan alrededor de veinte y cuatro mil copias, con un lapso de entre treinta y sesenta años con los originales. En otras palabras se puede decir que han llegado hasta nosotros con un contenido intacto, el problema está en que nuestro enemigo, quien es muy astuto, nos ha segado el entendimiento, para que no nos resplandezca la luz del Evangelio de Cristo (2 Corintios 4:4) y de eso modo ha logrado que a lo largo del tiempo relativicemos el contenido de su Palabra, acomodándola para nuestro beneficio, poniendo en duda su contenido y así, al igual que engaño a Eva en el huerto del Edén, intenta todos los días hacerlo con cada uno de nosotros, para que de ese modo pisemos el palito y nos desviemos lentamente de nuestro destino final.
Una pequeña desviación hoy que no es corregida a tiempo, puede significar una gran distancia de separación entre nuestro destino final y el deseado cuando termine el viaje. No seamos como aquellos que no prestan atención a las indicaciones o piensan que aún hay tiempo para corregir el rumbo. Nadie sabe la hora y el momento en que seremos llamados a rendir cuenta. Porque después de la muerte viene el juicio (Hebreos 9:27 parafraseado)

sábado, 8 de septiembre de 2018

La maratón de la vida

En 1896 el Barón Pierre de Coubertin, inauguró los Juegos Olímpicos de la era moderna, los que a partir de dicha fecha se han disputado cada cuatro años, salvo el periodo comprendido entre ambas Guerras Mundiales. Estos juegos tienen como competencia culminante a la Maratón, una carrera que cubre una distancia de un poco más de 42 kilómetros, y que por antonomasia define a la carrera de resistencia en el atletismo. Dicha carrera se corre en homenaje a la batalla de la primera Guerra Medica entre los griegos y los persas, y que lleva el mismo nombre. 
En la actualidad esta modalidad deportiva se ha diseminado tanto, que hoy existen reconocidas maratones en varias ciudades del mundo, con distancias de recorrido muy variadas, lo que ha posibilitado que esta modalidad deportiva se haya extendido en el número de sus adeptos, a tal punto que hoy cualquier persona que entrena y está en condiciones puede participar de una de ellas, haciendo que dicha disciplina deportiva cruce el ámbito de lo meramente profesional hacia lo amateur.
No es raro ver cada vez más cantidad de personas en los parques entrenando para poder resistir la distancia que implica participar en una carrera de estas características, y es que para lograr cruzar la meta sea cual sea la distancia de la carrera en que se compita, es necesario desarrollar una resistencia física, que solo se logra con la persistencia y la continuidad de la práctica constante.
Al igual que una carrera de maratón, la vida es una cuestión de resistencia, ya que para poder lograr las metas y los objetivos que nos proponemos seguramente deberemos batallar a lo largo del tiempo, y difícilmente cada cosa que intentemos nos resulte al primer intento por lo que, logar alcanzar el objetivo planteado nos va a insumir recursos y tiempo de nuestra parte. 
En algunos casos la meta final de llegada tal vez se vea bastante distante. Cubrir la distancia y el tiempo necesarios para alcanzarlos, requerirá de una buena dosis de resistencia y perseverancia, no importa la meta que nos hayamos trazado o los objetivos que anhelemos alcanzar, lo cierto es que requerirá de nosotros esfuerzo y sacrificios el alcanzarlos.
Del mismo modo en que un maratonista entrena arduamente con la mente puesta en el objetivo final, para que los posibles obstáculos como el cansancio, los calambres o el dolor que pueden aparecer en cualquier tramo de la carrera, no lo obliguen a desistir del objetivo ocasionando el abandono de la competencia, cada uno de nosotros también deberíamos poner empeño para alcanzar la meta final.
El escritor de la Carta a los Hebreos, define a la vida como una carrea de resistencia (Hebreos 12:1 TLA), y al pecado como las dificultades y los estorbos que pueden aparecer mientras corremos la misma, y al igual que en una maratón debemos dejar de lado todo aquello que nos impida alcanzar la meta. La pregunta que deberíamos platearnos muy seriamente cada uno de nosotros, es cuál es esa meta? Dónde está el final de nuestra maratón? 
La Biblia nos sugiere que hagamos tesoros en el cielo donde ni el orín, ni la polilla corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan (Mateo 6:20), tarea que requerirá de nosotros persistencia y determinación, puesto que nuestro enemigo anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8), pero entonces como logramos avanzar hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús (Filipenses 3:14 NTV).?
Pues bien, en la misma Palabra de Dios encontramos dos señales de como logarlo, en primer lugar, meditando de día y de noche en ella para ponerla por practica (Josué 1:8), puesto que ella es lampara a nuestros pies y lumbrera en nuestro camino (Salmos 119:105), y sobre todo porque la ley de Dios es perfecta, sus mandatos son dignos de confianza y nos dan sabiduría (Salmos 19:7 TLA parafraseado). En segundo lugar, Jesús nos prometió antes de partir que su Padre nos enviaría un ayudador el Espíritu Santo, quien a modo de un entrenador nos recordaría sus enseñanzas (Juan 14:26 parafraseado).
Por lo tanto, escudriñemos la Palabra de Dios, busquemos afanosamente la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida para que podamos decir al igual que el Apóstol Pablo, que hemos peleado la buena batalla, que hemos acabado la carrera y hemos guardo la fe (2 Timoteo 4:7) porque después de todo Jesús dice que al que venciere le dará que se siente con él en su trono, así como Él venció y está sentado con el Padre en su trono (Apocalipsis 3:21)