En 1896 el Barón Pierre de Coubertin, inauguró los Juegos Olímpicos de la era moderna, los que a partir de dicha fecha se han disputado cada cuatro años, salvo el periodo comprendido entre ambas Guerras Mundiales. Estos juegos tienen como competencia culminante a la Maratón, una carrera que cubre una distancia de un poco más de 42 kilómetros, y que por antonomasia define a la carrera de resistencia en el atletismo. Dicha carrera se corre en homenaje a la batalla de la primera Guerra Medica entre los griegos y los persas, y que lleva el mismo nombre.
En la actualidad esta modalidad deportiva se ha diseminado tanto, que hoy existen reconocidas maratones en varias ciudades del mundo, con distancias de recorrido muy variadas, lo que ha posibilitado que esta modalidad deportiva se haya extendido en el número de sus adeptos, a tal punto que hoy cualquier persona que entrena y está en condiciones puede participar de una de ellas, haciendo que dicha disciplina deportiva cruce el ámbito de lo meramente profesional hacia lo amateur.
No es raro ver cada vez más cantidad de personas en los parques entrenando para poder resistir la distancia que implica participar en una carrera de estas características, y es que para lograr cruzar la meta sea cual sea la distancia de la carrera en que se compita, es necesario desarrollar una resistencia física, que solo se logra con la persistencia y la continuidad de la práctica constante.
Al igual que una carrera de maratón, la vida es una cuestión de resistencia, ya que para poder lograr las metas y los objetivos que nos proponemos seguramente deberemos batallar a lo largo del tiempo, y difícilmente cada cosa que intentemos nos resulte al primer intento por lo que, logar alcanzar el objetivo planteado nos va a insumir recursos y tiempo de nuestra parte.
En algunos casos la meta final de llegada tal vez se vea bastante distante. Cubrir la distancia y el tiempo necesarios para alcanzarlos, requerirá de una buena dosis de resistencia y perseverancia, no importa la meta que nos hayamos trazado o los objetivos que anhelemos alcanzar, lo cierto es que requerirá de nosotros esfuerzo y sacrificios el alcanzarlos.
Del mismo modo en que un maratonista entrena arduamente con la mente puesta en el objetivo final, para que los posibles obstáculos como el cansancio, los calambres o el dolor que pueden aparecer en cualquier tramo de la carrera, no lo obliguen a desistir del objetivo ocasionando el abandono de la competencia, cada uno de nosotros también deberíamos poner empeño para alcanzar la meta final.
El escritor de la Carta a los Hebreos, define a la vida como una carrea de resistencia (Hebreos 12:1 TLA), y al pecado como las dificultades y los estorbos que pueden aparecer mientras corremos la misma, y al igual que en una maratón debemos dejar de lado todo aquello que nos impida alcanzar la meta. La pregunta que deberíamos platearnos muy seriamente cada uno de nosotros, es cuál es esa meta? Dónde está el final de nuestra maratón?
La Biblia nos sugiere que hagamos tesoros en el cielo donde ni el orín, ni la polilla corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan (Mateo 6:20), tarea que requerirá de nosotros persistencia y determinación, puesto que nuestro enemigo anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8), pero entonces como logramos avanzar hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús (Filipenses 3:14 NTV).?
Pues bien, en la misma Palabra de Dios encontramos dos señales de como logarlo, en primer lugar, meditando de día y de noche en ella para ponerla por practica (Josué 1:8), puesto que ella es lampara a nuestros pies y lumbrera en nuestro camino (Salmos 119:105), y sobre todo porque la ley de Dios es perfecta, sus mandatos son dignos de confianza y nos dan sabiduría (Salmos 19:7 TLA parafraseado). En segundo lugar, Jesús nos prometió antes de partir que su Padre nos enviaría un ayudador el Espíritu Santo, quien a modo de un entrenador nos recordaría sus enseñanzas (Juan 14:26 parafraseado).
Por lo tanto, escudriñemos la Palabra de Dios, busquemos afanosamente la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida para que podamos decir al igual que el Apóstol Pablo, que hemos peleado la buena batalla, que hemos acabado la carrera y hemos guardo la fe (2 Timoteo 4:7) porque después de todo Jesús dice que al que venciere le dará que se siente con él en su trono, así como Él venció y está sentado con el Padre en su trono (Apocalipsis 3:21)
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