Todo estaba predispuesto esa mañana para el importante juicio que se llevaría a cabo en unas horas más. La sala brillaba imponente, después de todo este no era un juicio más, sino uno que definiría el destino del acusado por el resto de su eternidad.
El fiscal acusador había llegado temprano con el legajo del caso bajo el brazo. Colocó sobre la mesa toda la información referente a los antecedentes del acusado. En los días previos se había tomado todo el tiempo necesario para estudiar cada una de las transgresiones que el pobre individuo había cometido en los años anteriores. Estaba seguro de dominar todo el historial del mismo. Se sabía al dedillo las veces que el acusado había faltado a cada una de las normas que estaban establecidas y que los habitantes de esa tierra debían cumplir. Los años que llevaba ejerciendo su función de acusador, presagiaban que esta vez quien estaba sentado en el banquillo de los acusados no se le escaparía como la vez anterior. Esta vez sí!, pensó. Al final del juicio el alma del pobre individuo iría a parar al lugar que le corresponde. Lo presentía, no había forma de que se salve. Los cargos en su contra eran demasiados, tantos que cualquier cosa que hubiese hecho por su cuenta para paliar lo malo de su conducta, no bastaría. La victoria estaba asegurada!!!!
Del otro lado del salón, el acusado aun esperaba un milagro. Algo que pudiese jugar a su favor y así evitar la condena de la que tanto le habían advertido anteriormente. Oh! si tan solo hubiese prestado atención a cada una de esas personas que en resumida cuenta le advertían que solo existía un camino a seguir, que solo había una forma de no terminar donde sería el llanto y el crujir de dientes, pero ya era demasiado tarde, él no había hecho caso a cada una de esas advertencias. Además, le habían dicho que el juez que atendería su causa llevaba años ejerciendo la profesión, y se caracterizaba por ser un juez lleno de amor. En otras palabras, podía esperar que no fuese tan duro con la condena, tal vez se compadecería y luego de un breve tiempo en un lugar donde paliar su culpa podría disfrutar de los beneficios que tenían quienes lograban salir airosos del juicio. Miró su reloj impacientemente, llevaba un buen tiempo en la sala y tanto el juez como su abogado defensor no aparecían. Mientras tanto el fiscal no dejaba de mirarlo con esa sonrisa en el rostro de quien se sabe triunfador. Buscó distraer su mente con las cosas que había hecho en su vida pasada, como buscando contrapesar las buenas y malas obras de su vida anterior, porque después de todo no era tan mala persona, si bien tenía sus “pecadillos”, de los cuales se había arrepentido oportunamente, también tenía a su favor las buenas obras que había hecho.
Por fin llegó el Juez, acompañado del abogado defensor. Inmediatamente notó cierta familiaridad entre ellos, por lo que pensó que tal vez contase con cierta ventaja. Habrán estado conversando en la trastienda sobre su caso? Podría jugar a su favor el hecho de que aparentemente se conocieran desde hace mucho tiempo?
Inmediatamente se procedió a la apertura del juicio, la sola presencia del juez en la sala imponía respeto. Se lo veía como lo habían descrito anteriormente, un juez de puro amor, pero un detalle había pasado desapercibido entre aquellos que habían dado referencias de Él, y es que también se lo veía un juez justo. Se sentó en el trono principal, saludó a los presentes y seguidamente se dispuso a escuchar con atención los pormenores de la causa. El fiscal acusador hizo uso de la palabra y descargó toda su artillería de pruebas contra el acusado. Una vez que terminada su exposición el juez se dirigió al abogado defensor, y con un tono solemne pero fraternal le preguntó, se halla su nombre inscrito en el libro de los que viven? La sala enmudeció atenta a la respuesta. El fiscal aguardaba estupefacto.
La Biblia declara que, ante el juicio del gran trono blanco, quienes no tengan su nombre inscrito en el Libro de la Vida, serán lanzados al lago de fuego (Apocalipsis 20:15), pero al mismo tiempo dice que de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su unigénito Hijo, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda y tenga vida eterna (Juan 3:16).
Cuando estemos sentados en el banquillo, cuál será la respuesta? Figuraría nuestro nombre en ese Libro de la Vida? Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:10). Esto no es por algo que nosotros mismos hayamos podido hacer o conseguir, sino por la Gracia y el Favor de Dios. No es el resultado de nuestras acciones, de modo que nadie puede gloriarse por ello (Efesios 2:8-9 NTV Parafraseado), porque hay uno solo que fue molido por nuestros pecados, y sobre quien cayó el precio de nuestra paz (Isaías 53:5 parafraseado). De la respuesta depende nuestra vida eterna!!
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