miércoles, 31 de agosto de 2016

Para todos por igual

En el capítulo 20 del Evangelio de San Mateo, Jesús narra la parábola de los trabajadores de la viña. En pocas palabras se trata de un padre de familia que sale a buscar obreros para que trabajen en su viña. A lo largo de toda la jornada fue contratando gente que cumpliera con la labor asignada, y al final del día abona a todos quienes trabajaron en su viña el mismo salario, tanto a los primeros como a los últimos. Quienes trabajaron tan solo una hora como aquellos que cumplieron una jornada más extensa, recibieron la misma paga, hecho que lógicamente originó el disgusto de estos últimos, que debido a que habían trabajado más horas, suponían que su paga sería mayor.
Muchas veces nosotros actuamos al igual que estos obreros con relación a las bendiciones que esperamos recibir del Señor, damos por descontado que la bendición que nos corresponde debería estar en directa relación al cumplimiento de tal o cual mandamiento, o de determinada obra. 
Es como si quisiéramos condicionarle a Dios, que por el hecho de ser obedientes a sus leyes y mandamientos Él está obligado a otorgarnos aquello que nuestro corazón anhela o desea. En otras palabras, y por si fuera poco muchas veces al escuchar los testimonios de otros sobre como el Señor obró de tal o cual manera sacándolo de una difícil situación, nos volvemos propensos a pensar que por el simple hecho de acercarnos más a Dios encontraremos el camino para salir de lo que nos agobia u obtener aquello que anhelamos, convirtiéndolo en una especie de fórmula mágica para obtener nuestros deseos. Hago esto a cambio de que me concedas aquello, o por mi obediencia estoy exento de pasar por determinada situación y todos mis problemas deberían esfumarse. 
No estoy diciendo que Él no pueda hacerlo, porque después de todo, si nosotros siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre que está en los cielos no nos dará buenas cosas a quienes se lo pidamos? (Mateo 7:11 parafraseado). 
En otras ocasiones, cuando a pesar de toda nuestra supuesta obediencia, no estamos recibiendo sus promesas, podemos caer en el error de suponer que nuestras faltas y nuestros pecados son tan graves que nos impiden alcanzarlas. Es como si nuestras fallas fuesen imperdonables, con lo cual volvemos a Dios un mentiroso, porque su Palabra dice que si nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda nuestra maldad (1 Juan 1:9 parafraseado); y por si esto fuera poco su misericordia es buena y se renueva cada mañana (Lamentaciones 3:23 parafraseado). No quiere decir que nuestros actos y nuestras malas decisiones no tengan consecuencias que puedan afectar nuestro presente, y con las cuales tendremos que convivir mientras duren. Es como el clavo retirado de la madera que deja su imborrable huella.
Es por eso que debemos cuestionarnos muy seriamente cuales son las intenciones con las cuales nos presentamos ante Dios. Vamos tras las bendiciones de Dios o vamos tras el Dios de las bendiciones?, Qué es en realidad lo que nos motiva? 
No nos olvidemos que aquel que escudriña nuestros corazones conoce también las intenciones del mismo (Romanos 8:27 parafraseado), o en otras palabras nada podemos ocultarle, porque aun antes de que haya palabra en nuestras bocas, el Señor ya lo sabe todo (Salmos 139:4 parafraseado).
Jesús fue bien claro cuando nos dijo que debíamos poner los ojos en las cosas del cielo, y entonces todo lo demás vendría por añadidura, nos enseñó que debemos poner los ojos en las cosas del cielo y todo lo demás será añadido (Mateo 6:33) porque todo aquello que se ve es temporal, pero lo invisible es eterno (2 Corintios 4:18 parafraseado). 
Entonces, cuál es el secreto para poder atravesar los desiertos de nuestra vida lo más rápido posible? Qué se interpone entre nosotros y las bendiciones que Dios nos tiene preparadas? Pues rendirnos totalmente a Dios, y a su voluntad. Dejar de argumentar con Él y entregarnos por completo al propósito que nos preparó a cada uno. El ejemplo más palpable lo tenemos en Jesús quien en el Huerto de los Olivos sujetó su voluntad a la del Padre (Marcos 14:36 parafraseado). Aun cuando era totalmente consciente de todo lo que le vendría por delante, se enfocó en el propósito para el cual había venido, y no en su propia voluntad. Y sabemos que para quienes aman al Señor todas las cosas les resultan para bien (Romanos 8:28 parafraseado), y esto incluye a las dificultades, las penurias y los problemas.
Finalmente, para poder heredar las promesas del Señor para nuestra vida, debemos desarrollar principalmente dos frutos del Espíritu Santo que son la fe y la paciencia (Gálatas 5:22 parafraseado) porque son ellas, la fe y la paciencia las que heredan dichas promesas (Hebreos 6:12 parafraseado). Y aun cuando al igual que algunos héroes de la fe no alcancemos estas promesas, sino que las contemplemos desde lejos (Hebreos 11:13), tenemos la certeza que al igual que aquel a quien consuela su madre, así nos consolará nuestro Padre Celestial (Isaías 66:13 parafraseado).

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