Muchas veces en nuestra vida nos encontramos en posición de tomar decisiones que van a afectar indefectiblemente para bien o para mal a nuestro futuro. Estas decisiones pueden ser de carácter laboral, cuando por ejemplo debemos tomar la decisión de cambiar de trabajo, o profesional, como cuando debemos decidir qué carrera profesional seguir, etc. Dependiendo de nuestro carácter y de la seguridad que tengamos en nosotros mismos en algunos casos es muy probable que busquemos ayuda o consejo para tomar la decisión acertada, aun cuando nos fundemos en nuestro propio juicio siempre buscaremos que la opción que tomemos sea la mejor alternativa de todas, y es que nadie en su sano juicio optaría por un camino que a sabiendas vaya a perjudicar su futuro y el de su entorno más cercano.
Pero nadie, ni aun nuestra propia experiencia y conocimientos puede asegurarnos el éxito de la decisión adoptada, ya que por lo general existen muchas variables que no podemos controlar por más experiencia y títulos que podamos ostentar. Siempre van a existir cuestiones que escapen de nuestro control.
Qué hacer entonces? Donde buscar esa orientación que minimice los riesgos? En que parte encontrar las respuestas a las preguntas que nos ayuden evitar las consecuencias de una mala decisión?
La respuesta es muy simple, la Biblia dice que de tal manera amó Dios al hombre que nos ha dado a su único Hijo para que todos los que en Él crean tengan vida eterna y no se pierdan (Juan 3:16 parafraseado).
Quiere decir que, si de esa forma nos amó, con ese mismo amor está dispuesto a orientarnos y ayudarnos en todo lo que hagamos y emprendamos, siempre y cuando lo pongamos a Él en el lugar que le corresponde. Pablo lo dice de esta manera, “para quienes aman al Señor, todo les resulta para bien, para los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28 parafraseado). En otras palabras, para quienes anteponen a Dios en todas sus decisiones, y aceptan su orientación, todo va a resultar para bien, aun cuando a primera vista los resultados no sean los esperados.
Pero qué significa poner a Dios en primer lugar? Básicamente podríamos decir que significa hacer su voluntad, tener en cuenta que es lo que Él desea para nosotros, aun cuando su repuesta pueda diferir de manera diametralmente opuesta a lo que nosotros anhelamos, como dijo Jesús en el huerto de los Olivos la noche en que iba a ser entregado, “que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 24:42).
En otras palabras, ya no importa que es lo que deseo, o que, y cuáles son nuestros anhelos, sino por el contrario nos enfocamos en cuál es la voluntad del Padre, sometemos nuestra conducta y nuestro accionar a su guía, a su orientación.
Y cómo lo logramos? Cómo podremos saber cuál es su voluntad para nuestra vida? Bueno pues para ello debemos conocerlo en toda su dimensión, cosa que lo logramos cuando tenemos una íntima comunión con Él, cuando lo buscamos todos los días de nuestra vida, y en todo momento de la misma, cuando reconocemos nuestras limitaciones, cuando aceptamos que apartados de Él nada bueno podremos lograr.
El problema está cuando a causa de nuestro orgullo y nuestra soberbia no queremos aceptar esta realidad. Cúantas veces atribuimos el logro de nuestros planes y objetivos a nuestra capacidad, a nuestro esfuerzo? No queriendo admitir que fue Dios quien nos proveyó de tales cualidades? Cuantas veces atribuimos a nuestro esfuerzo y dedicación el logro de nuestras metas desconociendo que, en el vientre de nuestra madre, por Él hemos sido formados, que ahí Él ya nos conoció (Jeremías 1:5 parafraseado).
Podemos no aceptar que esto sea así, podemos querer no reconocer la verdad, relativizar su Palabra, cegados nuestro entendimiento por medio de falsas doctrinas, pero no por ello deja de ser cierto. El propio Jesús lo dijo cuándo oro al Padre por sus discípulos, “tu Palabra es verdad” (Juan 17:17).
Es como querer desconocer las leyes de la gravedad y arrojarnos al vacío pensando que nada malo nos pueda suceder. Del mismo modo cuando no aferrarnos a nuestro orgullo, cuando desconocemos la autoridad de Dios en nuestras vidas, estamos adoptando una actitud de rebeldía que nos lleva directamente a la muerte, ya que, para Dios, la rebelión es tan pecaminosa como la hechicería (1 Samuel 15:23 NTV), y los que practican la hechicería no entraran al Reino de Dios cuando Jesús vuelva por su Iglesia (Apocalipsis 22:15 parafraseado).
Por eso seamos sabios y no andemos en consejo de malos, sino que en la ley de Jehová este nuestro deleite, meditemos en su Palabra de día y de noche, entonces seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua, que da sus frutos a su tiempo y todo lo que hagamos prosperara (salmos 1:1-3 parafraseado).
Pero nadie, ni aun nuestra propia experiencia y conocimientos puede asegurarnos el éxito de la decisión adoptada, ya que por lo general existen muchas variables que no podemos controlar por más experiencia y títulos que podamos ostentar. Siempre van a existir cuestiones que escapen de nuestro control.
Qué hacer entonces? Donde buscar esa orientación que minimice los riesgos? En que parte encontrar las respuestas a las preguntas que nos ayuden evitar las consecuencias de una mala decisión?
La respuesta es muy simple, la Biblia dice que de tal manera amó Dios al hombre que nos ha dado a su único Hijo para que todos los que en Él crean tengan vida eterna y no se pierdan (Juan 3:16 parafraseado).
Quiere decir que, si de esa forma nos amó, con ese mismo amor está dispuesto a orientarnos y ayudarnos en todo lo que hagamos y emprendamos, siempre y cuando lo pongamos a Él en el lugar que le corresponde. Pablo lo dice de esta manera, “para quienes aman al Señor, todo les resulta para bien, para los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28 parafraseado). En otras palabras, para quienes anteponen a Dios en todas sus decisiones, y aceptan su orientación, todo va a resultar para bien, aun cuando a primera vista los resultados no sean los esperados.
Pero qué significa poner a Dios en primer lugar? Básicamente podríamos decir que significa hacer su voluntad, tener en cuenta que es lo que Él desea para nosotros, aun cuando su repuesta pueda diferir de manera diametralmente opuesta a lo que nosotros anhelamos, como dijo Jesús en el huerto de los Olivos la noche en que iba a ser entregado, “que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 24:42).
En otras palabras, ya no importa que es lo que deseo, o que, y cuáles son nuestros anhelos, sino por el contrario nos enfocamos en cuál es la voluntad del Padre, sometemos nuestra conducta y nuestro accionar a su guía, a su orientación.
Y cómo lo logramos? Cómo podremos saber cuál es su voluntad para nuestra vida? Bueno pues para ello debemos conocerlo en toda su dimensión, cosa que lo logramos cuando tenemos una íntima comunión con Él, cuando lo buscamos todos los días de nuestra vida, y en todo momento de la misma, cuando reconocemos nuestras limitaciones, cuando aceptamos que apartados de Él nada bueno podremos lograr.
El problema está cuando a causa de nuestro orgullo y nuestra soberbia no queremos aceptar esta realidad. Cúantas veces atribuimos el logro de nuestros planes y objetivos a nuestra capacidad, a nuestro esfuerzo? No queriendo admitir que fue Dios quien nos proveyó de tales cualidades? Cuantas veces atribuimos a nuestro esfuerzo y dedicación el logro de nuestras metas desconociendo que, en el vientre de nuestra madre, por Él hemos sido formados, que ahí Él ya nos conoció (Jeremías 1:5 parafraseado).
Podemos no aceptar que esto sea así, podemos querer no reconocer la verdad, relativizar su Palabra, cegados nuestro entendimiento por medio de falsas doctrinas, pero no por ello deja de ser cierto. El propio Jesús lo dijo cuándo oro al Padre por sus discípulos, “tu Palabra es verdad” (Juan 17:17).
Es como querer desconocer las leyes de la gravedad y arrojarnos al vacío pensando que nada malo nos pueda suceder. Del mismo modo cuando no aferrarnos a nuestro orgullo, cuando desconocemos la autoridad de Dios en nuestras vidas, estamos adoptando una actitud de rebeldía que nos lleva directamente a la muerte, ya que, para Dios, la rebelión es tan pecaminosa como la hechicería (1 Samuel 15:23 NTV), y los que practican la hechicería no entraran al Reino de Dios cuando Jesús vuelva por su Iglesia (Apocalipsis 22:15 parafraseado).
Por eso seamos sabios y no andemos en consejo de malos, sino que en la ley de Jehová este nuestro deleite, meditemos en su Palabra de día y de noche, entonces seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua, que da sus frutos a su tiempo y todo lo que hagamos prosperara (salmos 1:1-3 parafraseado).

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