sábado, 17 de enero de 2015

Un legado, el mejor regalo a nuestras generaciones

De todas las experiencias que pasamos en esta vida, hay una que nos toca profundamente, tanto, que por lo general algunos la definen como uno de los días más felices de sus vidas. Me refiero al día en que nos convertimos en padres, el día que decidimos asumir la responsabilidad por el desarrollo y crecimiento de ese ser especial que viene a ocupar un lugar importante en nuestro corazón.
La llegada de cada nuevo hijo, trae consigo una sensación indescriptible de felicidad y al mismo tiempo de dudas y de incertidumbre, pues pone a prueba la confianza y convicción en nuestra capacidad, ya que las primeras preguntas que saltan a nuestra mente hacen mención a si podremos orientarlos en la vida para que tomen las decisiones correctas, o si seremos capaces de educarlos como personas de bien que aporten a su entorno y a su comunidad.
A medida que crecen vamos tratando de moldearlos y guiarlos para que no comentan los mismos errores que hemos cometido en el pasado, y a veces sin darnos cuenta, son ellos la extensión para llevar acabo, aquello que por algún motivo no hemos podido disfrutar en nuestro tiempo, y por supuesto queremos ver la continuidad en ellos de todo lo que nos ha resultado para bien. En otras palabras, si fuera posible, quisiéramos transferirles como quien copia un archivo en un computador, toda nuestra experiencia, olvidándonos, que ellos como parte del proceso de crecimiento deben adquirir su propia experiencia, aprender de sus propias equivocaciones.
Una de las parábolas más conocidas de los evangelios, es la del hijo prodigo. En Lucas 15:11-32, Jesús nos enseña sobre el gozo que hay en el cielo por cada pecador que se arrepiente, por cada hijo que vuelve al Padre reconociendo sus errores. Pero hay también en el inicio de la misma parábola, un mensaje para nosotros que somos padres, cuando el hijo le pide le entregue lo que según él le corresponde. En ningún momento, por más duro que pueda resultar, el padre trata de hacerlo entrar en razones, simplemente accede a su pedido.
Como padres nos resulta muy difícil, soltar las riendas, dejar de tener control sobre sus vidas, tal vez porque no estemos seguros de haber terminado bien el trabajo que se nos encomendó cuando llegaron a nuestras vidas, pero forma parte del proceso de crecimiento, tanto de ellos como del nuestro.
Según John Maxwel, en la vida uno puede dar tres tipos de regalos, un suvenir o recuerdo de experiencias vividas, un trofeo o premio por haber logrado determinadas metas o victorias, y un legado, que son aquellas cosas que se transmiten de generación en generación. 
El legado que dejemos a nuestros hijos, es la mejor herramienta que disponemos para asegurarnos un futuro promisorio para ellos. La Biblia nos garantiza que si instruimos al niño en su camino, cuando fuere mayor no se apartará de él (Prov. 22:6). La pregunta que surge es, cuál debería ser ese legado? Que instrucción dejar a nuestros hijos para que todo les vaya bien en la vida? Porque si bien es cierto que una buena educación los va a ayudar a “triunfar” en esta vida, eso no les garantiza una vida de plenitud. La respuesta una vez más la encontramos en la Biblia, la Palabra de Dios dada a los hombres, que es lámpara a nuestros pies y que ilumina nuestro camino (Sal. 119:105), para quienes la aceptamos como tal. En Josué 1:8 Dios nos invita a meditar de día y de noche en su Palabra, para que guardemos y pongamos por obra todo lo que en ella está escrito, de este modo nos aseguramos que nuestro camino prosperará y que todo nos ira bien, pues en ella encontramos las instrucciones precisas sobre cómo debe ser la relación con nuestros hijos (Efesios 6:1-4). Nos invita no solo a guardar la Palabra de Dios, si no que se las repitamos y que las hablemos diariamente y en todo momento (Deuteronomio 6:7).
Este es el mejor legado que podemos dejar a nuestras generaciones, porque finalmente si guardamos sus enseñanzas, muchos días y años de vida y paz aumentaremos a nuestra familia (Prov. 3:2). Al permitir a Jesús, ser parte de nuestro hogar, nos aseguramos la salvación junto con nuestra familia (Hechos 16:31) porque el ángel del Señor protege y salva a los que lo honran (Salmos 34:7 DHH). Por lo tanto sométanos a Dios, resistamos las tentaciones del diablo, y no le quedará otra más que huir de nosotros (Santiago 4:7), porque estas, son promesas de Dios, y Él no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse, si lo dijo lo hará!!! (Núm. 23:19).

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