Cuantas veces en nuestra vida nos comportamos de esa manera,
y nos quedamos dormidos en deleites que no nos permiten cumplir con nuestro
propósito en la vida. Cuantas veces tropezamos con distractores que nos impiden
alcanzar todo lo que Dios tiene reservado para sus hijos. Y es que, satanás el
dios de este mundo, está muy interesado en desviarnos de los planes y
pensamientos que Dios tiene para cada uno de nosotros, planes de bienestar y no
de calamidad a fin de darnos un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11 NVI).
Ocurre que como muchas veces tenemos segado el entendimiento,
no nos puede resplandecer la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual
es la imagen de Dios (2 Corintios 4:4), es decir no podemos conocer el amor de
Cristo, que excede todo conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud
de Dios (Efesios 3:19).
El propio Dios nos advierte que sembramos mucho, pero
recogemos poco, que comemos, pero no nos saciamos, bebemos, pero no quedamos
satisfechos, y que el jornal de nuestro trabajo cae en saco roto. (Hageo 1:6). Esto
pasa porque mientras su templo está en ruinas, cada uno de nosotros nos
enfocamos en nosotros mismos (Hageo 1:9 parafraseado).
Pero, que nos quiere decir Dios con estas palabras, pues
bien, no debemos olvidar que nuestro cuerpo es el templo de Espíritu Santo, el
cual tenemos de Dios (1 Corintios 6:9), por lo tanto, si lo descuidamos o mejor
dicho no lo construimos, estamos descuidando el templo de Dios, porque como lo
dice la Biblia, Dios es espíritu (juan 4:24).
Ahora bien, en este mundo donde el culto a la personalidad y
el cuidado físico está tan en auge, donde cada día más la tendencia es hacia lo
saludable y lo fitness, se podría decir que es un contrasentido afirmar que si
no nos ocupamos de nuestro cuerpo, no estamos cuidando el templo de Dios, y
aunque si bien es cierto que si queremos disfrutar de una larga y saludable estancia en este mundo, los setenta u ochenta
años de vida que nos promete Dios en su Palabra (Salmos 90:10), es importante
llevar un estilo de vida que nos ayude a ello, existe además otro aspecto más
importante que también debemos cuidar.
El negocio de Dios es el negocio de las almas, puesto que
cuando morimos, nuestro cuerpo se convierte en polvo y vuelve a la tierra, como
era, y el espíritu vuelve a Dios que fue quien lo dio (Eclesiastés 12:7
parafraseado), pero nuestra alma, la cual es el asiento de nuestras emociones,
de nuestra voluntad, de nuestra capacidad de tomar decisiones, puede tener uno de dos destinos, el lago de azufre y
fuego, donde es el lloro y el crujir de dientes (Apocalipsis 20:14) o la casa
del Padre, donde muchas moradas hay y Jesús nos
ha preparado un lugar (Juan 14:2 parafraseado).
Dicho esto, al construir el templo de Dios en nuestra vida,
donde deberíamos hacer foco es en edificar nuestra alma, pero, cómo lo hacemos?
Donde conseguir “los planos” para lograrlo? Pues bien existe un manual de
instrucciones que ha sido dado a los hombres por el mismo Dios, y hago
referencia a su Palabra, la Biblia la cual es lámpara a nuestros pies y
lumbrera a nuestro camino (Salmos 119;105), y nos asegura que, si meditamos en ella
de día y de noche, con la premisa de ponerla en práctica, pues entonces haremos
prosperar nuestro camino y todo nos saldrá bien (Josué 1:8).
Pero debemos ser diligentes y no perezosos en guardar
nuestra alma, porque haber precioso del hombre es la diligencia (Proverbios
12:27), teniendo siempre presente que nuestro enemigo el diablo anda como león
rugiente buscando a quien destruir (1 Pedro 5:8) y no escatimará esfuerzos para
apartarnos del propósito de Dios para nuestras vidas. No le permitamos pues que
nos distraiga con los “deleites de Capua” seamos como el hombre sabio que
construye sobre la roca, la cual es Cristo y de esa manera, nos construiremos
tesoros en los cielos donde la polilla y el orín no pueden corromper, y los
ladrones minar, ni hurtar (Mateo 6:20 parafraseado), porque después de todo, Dios
no puede ser burlado y lo que el hombre sembrare eso cosechará. (Gálatas 6:7)
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