En varias ocasiones me ha tocado mantener conversaciones con
personas que no comulgan con la idea de que el pueblo de Israel pueda ser el
pueblo elegido de Dios. El principal argumento que esgrimen se centra en que un
Dios de amor como en el que ellos creen no podría tener preferencia por tal o
cual raza, pueblo o nación. Esa idea simplemente no les cabe en la mente.
Sin embargo, en muchos pasajes del Antiguo Testamento,
podemos encontrar referencias a que el pueblo de Israel sí es el pueblo
escogido por Dios como “su pueblo”, así, por ejemplo, en el libro de Deuteronomio,
podemos leer específicamente que Jehová los ha escogido para serle un pueblo
especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra (Deuteronomio
7:6), lo cual no significa que deje de ser un Dios de amor, ya que escudriñando
un poco más su Palabra, encontramos en 1 de Juan 4:8, que efectivamente Él es
amor, y también rico en misericordia como lo dice en Efesios 2:4. Podemos no
estar de acuerdo con lo que está escrito, pero no por eso deja de ser verdad,
de hecho, el propio Jesús lo dice, la Palabra de Dios es verdadera (Juan 17:17).
Entonces, cómo puede ser que un Dios con estas
características, tenga preferencias por tal o cual pueblo, más aún cuando su
Palabra dice que Él no hace acepción de personas? (Deuteronomio 17:11). Pues
bien, el hecho de que Dios haya escogido al pueblo de Israel como su pueblo
escogido, no implica que su amor por el resto de la humanidad no sea el mismo,
muy por el contrario, de tal manera la ha amado, que ha dado a su Unigénito Hijo,
para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. (Juan
3:16 parafraseado).


Pero
más allá de si el pueblo de Israel es o no el pueblo elegido por Dios, en
realidad, lo que deberíamos cuestionarnos, es si nosotros lo amamos a Él, si
estamos dispuestos a demostrar que somos parte de su iglesia y aunque
seguramente la mayoría de quienes decimos reconocer su existencia y ponemos
nuestra fe y esperanza en Él, responda en forma afirmativa ante esta pregunta,
existe una sola manera de demostrarlo. Jesús dijo que si los amábamos guardemos
sus mandamientos (Juan 14:15). Lógicamente para esto deberíamos reconocer que
la Biblia es la Palabra de Dios y que las enseñanzas que contiene son las que
Jesús nos dejó en su paso por esta tierra. Pero, cómo podemos asegurarnos de
que su contenido refleja exactamente las enseñanzas de Jesús? En otras palabras,
que tan exactas han llegado sus enseñanzas hasta nuestros días?
Bueno si partimos de la base de la prueba bibliográfica, la
cual consiste en la comprobación de un texto antiguo, a partir del estudio de
la forma en que se copió y se trasmitió desde la época en que se escribió, la que
se fundamenta en cuantas copias existen, y lo cercanas que son dentro de la
historia a sus originales, lo podemos hacer. Así pues, de los escritos de Julio
César se conservan diez copias que tienen un tiempo de mil años con los
originales, de Platón siete copias con mil trescientos cincuenta años, y de más
está decir que nadie duda del contenido de ellos. Pues bien, de los Evangelios,
se conservan alrededor de veinte y cuatro mil copias, con un lapso de entre
treinta y sesenta años con los originales. En otras palabras se puede decir que
han llegado hasta nosotros con un contenido intacto, el problema está en que
nuestro enemigo, quien es muy astuto, nos ha segado el entendimiento, para que
no nos resplandezca la luz del Evangelio de Cristo (2 Corintios 4:4) y de eso
modo ha logrado que a lo largo del tiempo relativicemos el contenido de su
Palabra, acomodándola para nuestro beneficio, poniendo en duda su contenido y
así, al igual que engaño a Eva en el huerto del Edén, intenta todos los días hacerlo
con cada uno de nosotros, para que de ese modo pisemos el palito y nos
desviemos lentamente de nuestro destino final.
Una pequeña desviación hoy que no es corregida a
tiempo, puede significar una gran distancia de separación entre nuestro destino
final y el deseado cuando termine el viaje. No seamos como aquellos que no
prestan atención a las indicaciones o piensan que aún hay tiempo para corregir
el rumbo. Nadie sabe la hora y el momento en que seremos llamados a rendir
cuenta. Porque después de la muerte viene el juicio (Hebreos 9:27 parafraseado)
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