Hace un par de semanas atrás, volviendo
de una reunión con amigos, venia conversando sobre como a algunos parece
resultarle más fácil prosperar que a otros.
Existen dos formas de llegar a los
pies de Cristo, por amor o por dolor; dolor financiero, de pareja, familiar, de
salud, en fin dolor de diversas maneras, pero de todas estas formas parecería
que la sanidad de las finanzas es la más llamativa, o por lo menos la que más
se percibe.
En la Palabra de Dios existen
alrededor de 2.350 versículos que hablan de dinero y tiene aproximadamente
3.573 promesas para cada uno de sus hijos.
Cuando las promesas financieras
parecen no venir, empezamos a preguntarnos que estamos haciendo mal o porque
Dios parece estar molesto con nosotros, y la verdad es que nunca hemos estado
más equivocados. La Biblia dice en 3 Juan 2, que Dios desea que prosperemos,
pero con una condición que prosperemos conforme a como prospera nuestra alma.
Pero porque nuestra alma?, y en
qué debería prosperar nuestra alma? En primer lugar nuestra alma debe prosperar
pues es lo que está en juego en el mundo espiritual, sabemos que nosotros hemos
sido creados a imagen y semejanza de nuestro creador, es decir cuerpo, alma y espíritu.
Cuando muramos, este cuerpo no lo vamos a llevar pues los resucitados en Cristo
tendremos un cuerpo glorificado, esta carne y estos huesos se convertirán en
polvo. El espíritu que es ese hálito de vida que sopló Dios en Adán para que
tuviera vida, le pertenece a Él y a Él va a volver. Finalmente nuestra alma que
es donde reside nuestra voluntad, nuestra capacidad de sentir y tomar
decisiones, puede tener dos destinos dependiendo de las decisiones que hayamos
tomado en esta vida; si hemos decidido confesar que Jesucristo es nuestro único
y suficiente Salvador vamos a pasar la eternidad en el cielo, es decir en las
moradas que hay en la casa del Padre, donde Jesús fue a prepararnos lugar (Juan
14:2).
Es por eso que es importante que
nuestra alma prospere, para ser dignos de morar en ese lugar, salvo que
deseemos ir a parar a un lugar con temperaturas un tanto más elevadas y donde
es el llanto y el crujir de dientes, cosa que no creo que nadie en su sano
juicio pueda anhelar.
Ahora bien, la siguiente pregunta
que queda por responder es, en qué debe prosperar nuestra alma, para poder ser
prosperado en todo como dice en 3 Juan 2, y ver realizada la promesa de Dios
para nuestra vida?.
La verdad que la Biblia entrega un
montón de enseñanzas de cómo debemos conducirnos en esta vida, y no podríamos
enumerar en orden de importancia cada una de ellas, porque considero que todas
son igual de importante, pero el mismo Jesús fue bien claro cuando le
preguntaron cuál era el principal mandamiento, y es Amar a Dios por sobre todas
las cosas, y ese mandamiento de por sí ya es muy amplio, pensemos que tenemos
que amar a Dios por encima de nosotros mismos, de nuestros intereses
particulares.
También dijo que había que amar al
prójimo (Mateo 22:39) y llevó aún más lejos este mandamiento, cuando dijo que
hay que amar a nuestros enemigos pues que mérito tiene amar a quien no nos ha
hecho daño (Mateo 5:44-47), evidentemente el Amor es una pieza clave en nuestro
andar cristiano.
En griego; el idioma en que fue
escrito el nuevo testamento, existen varias palabras para definir el
significado del amor, así tenemos el Amor Eros, para definir el amor pasional o
sensual, el Amor Philios, para definir un amor virtuoso, desapasionado que
incluye la lealtad a los amigos, la familia o la comunidad, El Amor Storge que
es el afecto natural como el de los padres a los hijos, y el Amor Ágape, para
definir el amor incondicional o puro que es el Amor de Dios por nosotros, sus
criaturas e hijos.
La Biblia dice en 1 de Juan 4:8
que Dios es amor y él que no ama no ha conocido a Dios, pero el que permanece
en el amor, permanece en Dios y Dios en él (1Juan 4:16).
Por ende en lo que nuestra alma debería
prosperar es en Amor, fruto del Espíritu, del cual se desprenden los otros frutos
que son el gozo o alegría, la paz, la paciencia, la benignidad o gentileza, la
bondad, la fe, la mansedumbre o humildad, la templanza o dominio propio, y que
son contrarias a las obras de la carne, es decir a las obras de nuestra
naturaleza humana y que son la inmoralidad sexual, la impureza, las pasiones
sensuales, la idolatría, la hechicería, la hostilidad, las peleas, los celos,
los arrebatos de furia, la ambición egoísta, las discordias, las divisiones, la
envidia, las borracheras, las fiestas desenfrenadas y cosas parecidas.
La Palabra de Dios es bien clara en este
punto, al decirnos que andemos en el Espíritu
y no satisfagamos los deseos de la carne (Gálatas 5:16), así que la
próxima vez que nos pongamos a evaluar porqué las promesas de prosperidad no se
ven reflejadas en nuestra vida, sería bueno que también nos preguntemos qué
tanto ha prosperado nuestra alma?, que tanto morimos a nuestra carne para andar
conforme al Espíritu? mejoramos la actitud con que afrontamos las circunstancias
de la vida?, nos sujetamos a la voluntad del Padre sin cuestionar?, cual es la
calidad de nuestra alabanza a Dios Padre, o es que en nuestros labios está
siempre presente la quejabanza?, qué tanto estamos reflejando el carácter de
Cristo en nuestra vida?.
No es fácil, de hecho creo que es un proceso
en el cual Dios trabajará con nosotros hasta el día en que seamos llamados a su
presencia. Pero debemos recordar que para Jesús tampoco fue fácil ir a la cruz
del calvario, sin embargo fue fiel y obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz, el peor castigo que se le podía incurrir a un ser humano en esa época.
Pidamos al Espíritu Santo que mora en
nosotros, que nos guíe, nos de sabiduría para poder prosperar nuestra alma, y remueva
de nosotros todo aquello que la impida prosperar, y así podamos disfrutar de la
prosperidad en todas las áreas de nuestra vida; pues si nosotros siendo malos,
sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre que está
en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:11). Porque
después de todo como son más altos los cielos que la tierra, así son los
caminos del Señor, más altos que los nuestros, y sus pensamientos más altos que
los nuestros (Isaías 55:9).
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