A finales del siglo pasado la ciudad de Nueva York, era conocida por ser una de las ciudades más inseguras dentro de los Estados Unidos, producto de una combinación de vandalismo juvenil, epidemia de una de las drogas más adictivas que se conocen; el crack; y la corrupción imperante en el departamento de policía. En ese entonces se producían alrededor de más de cuatrocientos delitos por día.
Hoy en día esta ciudad se encuentra en una situación mucho mejor en materia de seguridad. Dicho cambio fue producto de una política que implementó el entonces alcalde de la ciudad, el señor Rudolph Gialiani y que se denominó tolerancia cero,
la cual tenía como uno de sus pilares, el no dejar impune el más mínimo acto delictivo, aun por más pequeño que este fuese. Esta política estaba basada a su vez en un estudio realizado en la Universidad de Harvard conocido como la Teoría de las Ventanas Rotas, la cual dice que, si en un bien existe un desperfecto visible por más pequeño que este sea, y no es reparado rápidamente, los vecinos terminarán por romper el resto de la pieza con defecto, y eventualmente toda la propiedad terminaría siendo destruída.
Si bien esta política permitió que la ciudad de Nueva York se recuperase de la mala fama acaparada en la última década del siglo pasado hasta convertirse hoy en una de las ciudades más segura de los Estados Unidos, que pasaría si llevamos la política de tolerancia cero a su expresión más extrema y personal, y la convertimos en un estilo de vida?
No estoy diciendo que debamos negociar con las actividades delictivas o inmorales y adoptar una posición de mayor flexibilización con respecto a ellas. Estamos de acuerdo que cualquier acto criminal por más pequeño que sea debe ser juzgado y sancionado dentro de una ley justa y equitativa para todos sustentada en la premisa de que todo ser humano merece una segunda oportunidad para corregir sus errores, puesto que después de todo, si Dios nos da una segunda oportunidad a cada uno de nosotros, entonces quienes somos para no hacerlo con los demás?
Me refiero en realidad a cuando adoptamos la política de tolerancia cero para con nuestro prójimo en relación con las circunstancias que nos tocan vivir en el día a día y entonces no somos capaces de tolerar distintas maneras de pensar, no aceptamos que los demás puedan tener otro punto de vista que pudiese diferir del nuestro, y ni que decir cuando nos topamos con personas a quienes no conocemos, ni de quienes no sabemos absolutamente nada, y mucho menos que situación pueden estar atravesando en determinado momento, pero sin embargo somos implacables con ellos y le aplicamos toda la carga de nuestra intolerancia. El mínimo error desde nuestra óptica, y descargamos con ella toda la furia que podamos tener dentro.
Lo triste es que esta manera de reaccionar en muchas ocasiones se da hasta con quienes nos hacemos llamar hijos de Dios, sea cual fuera nuestra denominación congregacional, la mayoría de las veces estamos prestos a no dejar pasar por alto cualquier situación, cualquier error, inclusive de aquellos a quienes no conocemos pero que por algún motivo se cruzan en nuestros caminos y tienen la desdicha de que no aprobemos su manera de pensar o sus actos.
Este tipo de reacciones no se condice con lo que se espera de un hijo de Dios, ya que su Palabra nos dice que debemos andar como es digno para los llamados en Cristo Jesús con toda humildad y mansedumbre con paciencia en amor (Efesios 4:2 parafraseado), y que debemos soportarnos unos a otros, que si alguno tiene queja contra otro se la perdone, de la manera que Cristo nos perdonó, y que la paz de Dios gobierne el corazón de cada uno (Colosenses 3: 13-15 parafraseado).
Aun cuando nuestras limitaciones humanas quieren gobernar nuestros actos, debemos determinarnos a no permitirlo, pero y como lo logramos? Pues muriendo cada mañana a nuestra carne para activar la conciencia de Dios en nuestra vida. Nuestras decisiones no pueden ni deben ser emocionales, porque estas son originadas en el corazón y sabemos que el mismo es engañoso más que cualquier cosa (Jeremías 17:9 parafraseado), por lo tanto, por sobre toda cosa guardada debemos guardarlo, porque de él emana la vida (Proverbios 4:23).
Finalmente, nos gustaría ser receptores de la intolerancia de los demás? Estamos de acuerdo con que nos apliquen la tolerancia cero? O nos gustaría que la gente nos tenga paciencia? Pues entonces tratemos a los demás como nos gustaría que nos traten a nosotros, que después de todo es la Regla de Oro la que nos enseñó Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 7:12). Evitar la pelea es una señal de honor; solo los necios insisten en pelear. (Proverbios 20:3 NTV).

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