Hace poco volviendo a casa, ya muy entrada la noche, aprendí dos lecciones. La primera, que cuando el indicador de combustible te avisa que el mismo se está acabando, es enserio y si no se recarga, el automóvil va a detenerse en cualquier instante. Y como lo predijo Murphy, seguro va a ser en el momento menos indicado. Esa fue una lección práctica, sin combustible el motor se detiene. La segunda en cambio fue un poco más reveladora.
Para entrar en contexto, los que alguna vez hemos tenido un vehículo movido a diésel, sabemos que cuando ocurre algo similar a lo mencionado más arriba, no solo es cuestión de volver a cargar el combustible, sino que para que el mismo pueda volver a funcionar normalmente, además hay que purgar el aire que queda en el motor.
Para tener una idea más clara de la situación, era cerca de las 2 de la mañana, la ligera llovizna que caía empezaba a convertirse en algo más, y para completar mi vehículo se encontraba en una calle cuesta arriba, por lo que, con la ayuda de mi hijo, procuramos maniobrarlo para ponerlo en dirección de la pendiente, y así poder arrancarlo con el empujón. Como éramos dos tratando de mover un vehículo; que no es pequeño; la tarea resultó un tanto difícil y quedamos con el auto atravesando la calle. En ese preciso momento, otro vehículo dobla raudamente la esquina y encara hacia nosotros. Mi primera reacción instintiva fue exclamar “no ve que estamos tratando de moverlo???”, pero para mi asombro, de ese vehículo descendieron dos personas que juntos con nosotros se pusieron a empujar nuestro automóvil, sin importar la lluvia que para ese entonces había dejado de ser una simple llovizna. Es así que luego de unos intentos terminamos arrancando el vehículo, totalmente mojados por la lluvia y con los zapatos en el agua que para ese momento ya corría por el asfalto.
Cuando todo había acabado, pude por fin reflexionar sobre lo ocurrido, y sobre cuál fue mi primera reacción, la que por cierto es más común de lo que uno quisiera que sea. Por más trillado que pueda resultar, no es menos cierto que cada uno de nosotros juzgamos a los demás por sus
actos, o por lo que nosotros consideramos que ellos están pensando, y a nosotros mismos por nuestras intenciones. Y es que la mayoría de las veces los seres humanos nos consideramos el centro del universo. Todo debe girar en torno a nosotros y en cómo nos afecta, o cómo podemos influir en lo que nos rodea. En otras palabras, el mundo comienza y termina en nosotros. Existe una palabra que define muy bien esta forma de ser y es Egoísmo o Egocentrismo.
Ante esta realidad, deberíamos preguntarnos, si está es la manera de conducirnos los que tomamos la decisión de ser seguidores de Cristo? Fue este el ejemplo que nos dejó Jesús? Es este el propósito para el cual Dios nos puso en esta tierra? Para que cada uno de nosotros se centre en sí mismo?
Que hubiera sido de nosotros si Dios hubiese tomado esa misma actitud? Si luego de que el hombre le dio la espalda en el huerto del Edén, Él se hubiese centrado en lo que nosotros le hicimos en vez de buscar la manera de solucionar esa relación que estaba quebrada desde ese preciso instante? Porque, sí somos coherentes con nuestra manera humana de razonar, debemos reconocer que Dios está en todo su derecho de negarnos su presencia. Después de todo lo bueno que creó y nos lo entregó para que sojuzguemos y señoreemos (Génesis 1:24-28 parafraseado), los hombres no encontramos mejor manera de agradecérselo que obedeciendo a satanás.
Aun así, su Palabra dice que de tal manera nos amó, que entregó a su Único Hijo para que todo aquel que en Él crea, tenga vida eterna (Juan 3:16), en otras palabras, se puso en nuestro lugar, y desde ese punto de vista, por amor proveyó la manera en que podía ayudarnos a restablecer la relación.
Esta manera de actuar y de pensar tiene un combustible indispensable (continuando con el ejemplo del inicio) y es el amor por el otro, un amor incondicional como el descrito en 1 Corintios 13. Y es que cuando damos cumplimiento al nuevo mandamiento que nos dejó Jesús de amar a nuestro prójimo (Juan 13:34), nos resulta más fácil ponernos en la situación del otro y ver de qué manera podemos ayudarlo. Jesús además dijo, que debíamos amar a nuestros enemigos (Lucas 6:27-36 parafraseado), no deberíamos entonces también hacerlo con aquel que nos necesita?
Si Jesús, aun siendo Dios no vino para ser servido, sino para servir (Mateo 20:28 parafraseado), y no escatimó en lavar los pies inclusive de quien horas más tarde lo iba a entregar a sus verdugos (Juan 13:1-30), no deberíamos nosotros también tener esa misma actitud de servicio? No deberíamos tener un corazón predispuesto y lleno de misericordia hacia los demás? La próxima vez que veas a alguien que necesita de tu ayuda, sin considerar las circunstancias que puedan existir, no le niegues una mano, porque después de todo, cuando ayudamos al necesitado, estamos ayudando a Jesús (Mateo 25:31-46 parafraseado)



