miércoles, 30 de diciembre de 2015

En el centro de nuestro universo

Hace poco volviendo a casa, ya muy entrada la noche, aprendí dos lecciones. La primera, que cuando el indicador de combustible te avisa que el mismo se está acabando, es enserio y si no se recarga, el automóvil va a detenerse en cualquier instante. Y como lo predijo Murphy, seguro va a ser en el momento menos indicado. Esa fue una lección práctica, sin combustible el motor se detiene. La segunda en cambio fue un poco más reveladora.
Para entrar en contexto, los que alguna vez hemos tenido un vehículo movido a diésel, sabemos que cuando ocurre algo similar a lo mencionado más arriba, no solo es cuestión de volver a cargar el combustible, sino que para que el mismo pueda volver a funcionar normalmente, además hay que purgar el aire que queda en el motor.
Para tener una idea más clara de la situación, era cerca de las 2 de la mañana, la ligera llovizna que caía empezaba a convertirse en algo más, y para completar mi vehículo se encontraba en una calle cuesta arriba, por lo que, con la ayuda de mi hijo, procuramos maniobrarlo para ponerlo en dirección de la pendiente, y así poder arrancarlo con el empujón. Como éramos dos tratando de mover un vehículo; que no es pequeño; la tarea resultó un tanto difícil y quedamos con el auto atravesando la calle. En ese preciso momento, otro vehículo dobla raudamente la esquina y encara hacia nosotros. Mi primera reacción instintiva fue exclamar “no ve que estamos tratando de moverlo???”, pero para mi asombro, de ese vehículo descendieron dos personas que juntos con nosotros se pusieron a empujar nuestro automóvil, sin importar la lluvia que para ese entonces había dejado de ser una simple llovizna. Es así que luego de unos intentos terminamos arrancando el vehículo, totalmente mojados por la lluvia y con los zapatos en el agua que para ese momento ya corría por el asfalto.
Cuando todo había acabado, pude por fin reflexionar sobre lo ocurrido, y sobre cuál fue mi primera reacción, la que por cierto es más común de lo que uno quisiera que sea. Por más trillado que pueda resultar, no es menos cierto que cada uno de nosotros juzgamos a los demás por sus 

actos, o por lo que nosotros consideramos que ellos están pensando, y a nosotros mismos por nuestras intenciones. Y es que la mayoría de las veces los seres humanos nos consideramos el centro del universo. Todo debe girar en torno a nosotros y en cómo nos afecta, o cómo podemos influir en lo que nos rodea. En otras palabras, el mundo comienza y termina en nosotros. Existe una palabra que define muy bien esta forma de ser y es Egoísmo o Egocentrismo.
Ante esta realidad, deberíamos preguntarnos, si está es la manera de conducirnos los que tomamos la decisión de ser seguidores de Cristo? Fue este el ejemplo que nos dejó Jesús? Es este el propósito para el cual Dios nos puso en esta tierra? Para que cada uno de nosotros se centre en sí mismo?
Que hubiera sido de nosotros si Dios hubiese tomado esa misma actitud? Si luego de que el hombre le dio la espalda en el huerto del Edén, Él se hubiese centrado en lo que nosotros le hicimos en vez de buscar la manera de solucionar esa relación que estaba quebrada desde ese preciso instante? Porque, sí somos coherentes con nuestra manera humana de razonar, debemos reconocer que Dios está en todo su derecho de negarnos su presencia. Después de todo lo bueno que creó y nos lo entregó para que sojuzguemos y señoreemos (Génesis 1:24-28 parafraseado), los hombres no encontramos mejor manera de agradecérselo que obedeciendo a satanás.
Aun así, su Palabra dice que de tal manera nos amó, que entregó a su Único Hijo para que todo aquel que en Él crea, tenga vida eterna (Juan 3:16), en otras palabras, se puso en nuestro lugar, y desde ese punto de vista, por amor proveyó la manera en que podía ayudarnos a restablecer la relación.
Esta manera de actuar y de pensar tiene un combustible indispensable (continuando con el ejemplo del inicio) y es el amor por el otro, un amor incondicional como el descrito en 1 Corintios 13. Y es que cuando damos cumplimiento al nuevo mandamiento que nos dejó Jesús de amar a nuestro prójimo (Juan 13:34), nos resulta más fácil ponernos en la situación del otro y ver de qué manera podemos ayudarlo. Jesús además dijo, que debíamos amar a nuestros enemigos (Lucas 6:27-36 parafraseado), no deberíamos entonces también hacerlo con aquel que nos necesita?
Si Jesús, aun siendo Dios no vino para ser servido, sino para servir (Mateo 20:28 parafraseado), y no escatimó en lavar los pies inclusive de quien horas más tarde lo iba a entregar a sus verdugos (Juan 13:1-30), no deberíamos nosotros también tener esa misma actitud de servicio? No deberíamos tener un corazón predispuesto y lleno de misericordia hacia los demás? La próxima vez que veas a alguien que necesita de tu ayuda, sin considerar las circunstancias que puedan existir, no le niegues una mano, porque después de todo, cuando ayudamos al necesitado, estamos ayudando a Jesús (Mateo 25:31-46 parafraseado)

viernes, 27 de noviembre de 2015

Corazón Valiente

Corazón valiente, o en ingles Braveheart, es una película estadounidense histórica-dramática de 1995, dirigida, producida y protagonizada por Mel Gibson, basada en la vida de William Wallace, un héroe nacional escocés que participó en la Primera Guerra de Independencia de Escocia. Narra el enfrentamiento de los escoceses contra el poderoso y numeroso ejército inglés, por lograr la independencia, la que finalmente parece perdida puesto que el protagonista principal muere sin lograr su propósito.
Ubicándonos en el contexto, parecería ser una hazaña titánica, dado que un pequeño, mal unificado y con escasos recursos pueblo escoses se enfrenta a un numeroso y mejor equipado ejército inglés, que, debido al arrojo, valentía y convicción del personaje central de la película, aun después de su muerte, logra su objetivo, la independencia de Escocia.
Cuantas veces en la vida, cada uno de nosotros nos encontramos en situaciones similares? Cuantas veces las circunstancias que nos rodean, parecen invulnerables? Cuantas veces sentimos que las fuerzas y los recursos necesarios para logar pasar la dura y difícil prueba que tenemos en frente, parecen no ser suficientes?, O lo que es peor, creemos haberlo perdido todo?.
Es en estas situaciones, que muchas veces cuando nuestras fuerzas están prácticamente extintas, la reacción más natural sería querer tirar la toalla y abandonarlo todo. Entregarnos y dejar de luchar por nuestros anhelos, por nuestros sueños, y porque no también, por aquellas promesas que hemos recibido del Señor.
Es en esos momentos; cuando nos asaltan las dudas; cuando en nuestra mente los pensamientos nos dicen que no podremos alcanzar nuestro propósito; que debemos recordar y tener muy presentes las palabras de Jesús a sus discípulos cuando les aseguraba que en el mundo tendrían aflicción, pero que podían confiar en Él, puesto que ya había vencido al mundo (Juan 16:33, parafraseado), en otras palabras, les decía que debían ser valientes y confiar en Él.
La misma instrucción la recibió Josué, cuando debió guiar a los Israelitas a conquistar la tierra prometida luego de vagar por cuarenta años en el desierto. Esfuérzate y sé valiente fue la palabra que recibió del Señor (Josué 1:6-9), y no se lo dijo una, sino que tres veces, y es más en la tercera ocasión Dios le agregó que no tema ni desmaye, porque el Señor su Dios estaría con él, donde quiera que fuese. Que gran promesa!!!! Puesto que para Dios no hay nada imposible (Lucas 1:37 parafraseado). 
Ahora bien, debemos saber, que, para activar dicha promesa en nuestra vida, existe una condición sine qua non y es la entera obediencia a su Palabra, no en partes, sino que al ciento por ciento.
En el mismo pasaje Dios le dice que guarde todo lo que está escrito en el libro de la ley, y que lo ponga en práctica. En otras palabras, no podemos pretender que todo nos resulte para bien, cuando no ponemos a Dios en nuestro accionar, ya que debemos saber, que, aunque hay caminos que al hombre pueden parecerle buenos, son caminos que conducen a la muerte (Proverbios 14:12 parafraseado).
Dios nos llama a tener fe en Él, y que le creamos a Él cuando nos dice que solo tiene pensamientos de bien y no de mal para sus hijos (Jeremías 29:11), porque después de todo, para aquellos que aman al Señor, todo les resulta para bien (Romanos 8:28 parafraseado), inclusive aquello que a los ojos del mundo pueda parecer una catástrofe.
Al igual que a Jairo, Jesús nos llama a no tener miedo, nos dice que solo tengamos fe (Marcos 5:36 NTV), recordemos que, al principal de la sinagoga, le habían avisado que su hija ya había muerto, y que no moleste más al Maestro, o en otras palabras que podía dar por perdido aquello por lo que había acudido a Jesús, nada menos que la vida de su hija.
Jesús dijo que, si puedes creer, para el que cree todo le es posible (Marcos 9:23), pero ocurre que cuando para nuestros sentidos naturales, hay cosas que resultan ilógicas o improbables, se requiere de mucha valentía para obrar conforme a la obediencia a Dios, a su Palabra, y a su voluntad, la que es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2), porque a pesar de que nosotros solo vemos un cuadro de la película, Dios ya tiene la imagen completa.
Al igual que Cristo deberíamos tener la valentía de decir que no se haga nuestra voluntad, sino la suya (Lucas 22:42 parafraseado), aun cuando eso implique pasar por la cruz del calvario, porque, después de todo, si el Señor es nuestro pastor, aunque andemos por el valle más oscuro, no deberemos temer, ya que Él estará a nuestro lado. Su vara y su cayado nos protegerá y nos confortará (salmos 23:4 NTV parafraseado).

viernes, 30 de octubre de 2015

Identidad (des)conocida

Al nacer, una de las primeras cosas que recibimos de nuestros padres es una identidad. Un nombre y un apellido, y en muchos casos, los mismos quedan definidos bastante tiempo antes de que se produzca el nacimiento. Desde ese momento y por toda la vida nos otorga una identidad, la que luego queda sellada con los trámites legales de rigor.
A partir de ese momento y durante toda nuestra vida llevaremos con nosotros esa identidad, la que nos hace miembros de una familia, y por  tanto nos da derecho a gozar de los privilegios que eso nos otorga. A partir de ahí, nadie puede negarnos el ser reconocidos como los hijos de alguien más. Nadie podrá impedir que nos beneficiemos de las prerrogativas que existen en ese hogar del cual ahora venimos a formar parte.
En algunas ocasiones, existirán personas o situaciones que pueden llegar a hacernos dudar de esa identidad que llevamos. Situaciones que escapan de nuestro control y que pueden perturbar nuestro presente y nuestro futuro.
Algo similar ocurre en el campo espiritual. Jesús le dijo a Nicodemo que para ver el Reino de Dios, era necesario nacer de nuevo (Juan 3:3 parafraseado), aunque en esta ocasión, se refería a la necesidad de nacer del espíritu y no de la carne.  Algo que el pobre Nicodemo parece no haber entendido.
Es así que cuando por obra del Espíritu Santo, se nos corre el velo que nos impide conocer la verdad que nos hace libres; cuando reconocemos nuestra necesidad de Dios; y recibimos a Cristo y creemos en su nombre, se nos es dado ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12 parafraseado). A partir de ese mismo instante, como ocurre en el caso de nuestros hijos naturales, adquirimos una identidad totalmente nueva en Cristo, y del mismo modo con este nuevo nacimiento, los hijos de Dios tenemos acceso a todos los beneficios que concede ese nuevo estatus espiritual. 
Al pasar a formar parte de los hijos de Dios, automáticamente aparece un enemigo muy interesado en impedir que disfrutemos de los beneficios de pertenecer al Reino de Dios, y es que ese enemigo, el diablo, anda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8 parafraseado).
Satanás no va a escatimar esfuerzos en hacernos dudar de nuestra nueva identidad, así como no los escatimó para tentar al propio Jesús. Del mismo modo su primer ataque va a ser a nuestra nueva identidad, haciéndonos dudar de la condición de hijos de Dios, haciendo que desafiemos a Nuestro Padre Celestial, e inclusive ofreciéndonos la vanagloria de este mundo, placeres terrenales que tienen como único propósito desviarnos del propósito de Dios para nuestras vidas, el cual consiste en establecer su Reino aquí en la tierra.
Cuando la identidad no está firmemente arraigada en cada uno de nosotros, estamos expuestos a tomar decisiones que pueden afectar no solamente nuestro presente, sino también nuestro futuro, aquí en la tierra y en la eternidad, y eso satanás lo sabe muy bien, por lo tanto va a buscar socavar los cimientos de nuestra nueva identidad , y para ello, va a atacar nuestro punto más vulnerable, justo ahí donde somos más débiles, y como es un mentiroso y el padre de la mentira (Juan 8:44 parafraseado), su arma preferida es justamente esa.
Ser cristiano, significa ser imitadores de Cristo, reflejar su carácter aquí en la tierra, o en otras palabras reaccionar como Él lo haría, y ya sabemos cómo le respondió todas las veces que satanás atacó su identidad, su respuesta en las tres ocasiones fue “escrito está”, o lo que es lo mismo con la Palabra de Dios que es la Biblia. (Mateo 4:4-10).
Pero cómo usaremos en nuestra defensa esa arma?, Cómo seremos capaces de blandirla como espada mortal que nos proteja de sus ataques? La respuesta encontramos en el libro de Josué, donde se nos dice que meditemos en ella de día y de noche, allí encontraremos la sabiduría necesaria para resistir al diablo, y no le quedará más remedio que huir de nosotros (Santiago 4:7 parafraseado).
Es muy importante tener presente las indicaciones de Jesús, debemos mirar más allá de la superficie para juzgar correctamente (Juan 7:24 NTV parafraseado). Un análisis a la ligera o de manera muy superficial de  nuestra situación, de nuestro entorno, puede provocar que nos equivoquemos en nuestro juicio y por consiguiente exponernos a las consecuencias, porque después de todo cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de Él por un tiempo (Lucas 4:13 NTV).
Y si no estás muy seguro de tener esta nueva identidad, te invito a que una vez más reconozcas tu necesidad de Dios, que confieses que Jesús es tu Señor y Salvador, quien murió por cada uno de nosotros en la cruz del calvario, para que en Él tengamos el perdón de nuestros pecados, y la salvación eterna, declarando por fe ser hijo de Dios.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una correcta actitud

En nuestro cotidiano andar por esta vida, muchas veces las cosas no resultan como nosotros esperamos que sucedan, o simplemente las distintas circunstancias que se suceden en el día a día, pueden desenfocarnos haciendo que la manera en que reaccionemos ante las mismas no sean las adecuadas.
Y es que la mayoría de nosotros, casi todo el tiempo nos comportamos como seres emocionales, que es lo que en realidad somos. En otras palabras, permitimos que nuestras emociones nos gobiernen, que nos dicten la forma en que debemos reaccionar ante determinada situación. Cuando esto ocurre, en realidad lo que estamos haciendo es enfocarnos en nuestra carne, en lo que nosotros queremos o deseamos. 
El problema con este tipo de conducta está en que al centrarnos en lo que nuestra carne anhela y desea, nos estamos dirigiendo a la muerte (Romanos 8:6).
 A una muerte presente y futura, porque si bien quienes practican los frutos de la carne que se describen en Gálatas 5:19-21, no heredarán el Reino de Dios, en este tiempo, tampoco podremos disfrutar de la vida en abundancia, para lo cual ha venido Cristo a esta tierra (Juan 10:10 parafraseado).
Ocurre que cuando nos dejamos llevar por nuestra carne antes las situaciones difíciles de nuestra vida, estamos demostrando en realidad en que o en quien hemos puesto nuestra confianza. De este modo cuando reaccionamos con amargura, y con preocupación, en realidad estamos demostrando que nuestra confianza la hemos puesto en nuestros recursos, en nuestras capacidades, o peor aún en los hombres, y la Biblia dice claramente que el hombre que confía en el hombre será maldito (Jeremías 17:5 parafraseado). 
La confianza se demuestra con la actitud, y es por eso que es muy importante la actitud que tomemos cuando se presenten las dificultades. Tendremos una actitud de desconfianza? De quejas hacia nuestro Señor? O tendremos una actitud de gratitud y alabanza?
Para los que hemos tenido la dicha de conocer a Dios en un encuentro cercano por medio de la fe, tenemos paz para con Dios por medio de la obra de Jesús en la cruz, y también nos alegramos al enfrentar las pruebas, ya que sabemos que las mismas nos ayudan a desarrollar resistencia y firmeza de carácter, fortaleciendo nuestra esperanza, la que no acabará en desilusión (Romanos 5:1-5 NTV parafraseado). Es muy importante que en esos momentos no seamos como las personas de doble ánimo, que son inconstantes en todos sus caminos, como las olas del mar que son arrastradas por el viento de un lado a otro (Santiago 1:6-8 parafraseado).
Es en esos momentos de mayor incertidumbre que más debemos confiar en Dios. Más debemos desarrollar nuestra íntima relación con Él, puesto que Dios no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse. Si dijo que lo hará, así lo va a hacer (Números 23:19 parafraseado).
Como escribió Ruyard Kipling “cuando vayan mal las cosas, como a veces suelen ir, tal vez debamos descansar, mas no desistir”. Y donde podemos encontrar ese descanso reparador?
Exacto!!! En Jesús, quien llama a todos los cansados y agobiados, y promete darles descanso (Mateo 11:28 parafraseado). Pero, como y donde lo encontramos? Pues en su Palabra, la cual es viva, eficaz y más cortante que espada de doble filo (Hebreos 4:12 parafraseado). En ella podemos encontrar ejemplo de varias personas quienes permanecieron en su fe a pesar de sentirse abandonados. Pudieron permanecer firmes e inquebrantables, porque le creyeron a Dios cuando dijo que no nos dejaría y no nos desampararía (Hebreos 13:5 parafraseado), que la gloria postrera sería mejor que la primera (Ageo 2: 9 parafraseado).
Jesús nos advierte que allí donde estén nuestros tesoros, allí también estarán los deseos de nuestro corazón (Mateo 6:21 parafraseado). Si estamos fundados en la roca que es Cristo, podrá descender la lluvia, podrán venir los ríos y soplar los vientos contra nuestra casa, pero esta no caerá (Mateo 7:25 parafraseado).
Por eso cuando tomamos una actitud de gratitud y alabanza estamos dándole toda la honra y toda la majestad a quien realmente se la merece. Después de todo, todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere en esta vida, tiene su hora (Eclesiastés 3:1, parafraseado). La vida es tan corta y pasa tan de prisa, que no tiene sentido afligirnos por aquellas cosas que hoy tal vez no las entendemos o comprendemos, sobretodo porque para quienes aman al Señor, todo resulta para bien (Romanos 8:28 parafraseado).
No le demos a satanás la yema del gusto, no olvidemos que él vino para hurtar, matar y destruir (Juan 10,10), por lo tanto es el primer interesado en que reaccionemos de manera indebida. De esta forma no podremos morar al amparo de Dios (Salmo 91).
Tengamos presente las instrucciones del Espíritu Santo a través de Pablo. Estemos siempre alegres, sin dejar nunca de orar. Seamos agradecidos en toda circunstancia, pues esta es la voluntad de Dios para nosotros, los que pertenecemos a Cristo Jesús (1Tesalonicenses 5:16-18 NTV, parafraseado).

sábado, 25 de julio de 2015

Somos todos buenas personas?

Salvo que cada uno tenga una mala imagen de sí mismo, o que como resultado de haber sido confrontado por el Espíritu Santo, haya experimentado un profundo arrepentimiento, nuestra respuesta a la pregunta de cómo nos consideramos, o como nos vemos a nosotros mismos, siempre será que somos buenas personas, y esto aun a pesar de que existan algunas áreas de nuestra vida de las que no nos sentimos precisamente orgullosos y las preferimos mantener en reserva. Casi todos, indefectiblemente responderemos ante esta pregunta, que no somos malas personas. Y es que con nuestros defectos y virtudes nos consideramos buenos. Esto se debe en la mayoría de los casos, a que la vara o el estándar de medición para catalogar nuestro nivel de bondad, está basado en parámetros que la propia sociedad establece como ideales, como por ejemplo, cumplimos con nuestras obligaciones?, Hacemos el mal a alguien?, ayudamos a nuestro prójimo? Estas y otras tantas preguntas más, forman parte de una batería de pruebas o parámetros, que los seres humanos utilizamos para definir el nivel de nuestra bondad.
Pero existe otra escala, otro estándar para medir que tan buenos somos. Un estándar que si nos comparamos contra él en un sincero examen de conciencia, podemos asegurar que ninguno lo pasa, y es que ese estándar ha sido establecido por el mismo Dios. 
En primer lugar, la Biblia declara que no hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno (Romanos 3:12 NTV), y agrega que por cuanto todos pecamos, estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23 NTV). A partir de esta verdad, cualquier otro estándar que utilicemos para medir que tan buenos somos carece de valor. Podemos tener los más altos ideales de conducta, que sino no están en sintonía con lo que piensa Dios, los mismos no nos sirven absolutamente para nada. Es así de simple nuestros estándares no son los estándares de Dios.
Ocurre que satanás, quien es el padre de la mentira (Juan 8:44), se ha ocupado de cegarnos el entendimiento (2 Corintios 4:4), y de ese modo ha conseguido relativizar esta verdad, ha conseguido engañar nuestro entendimiento, haciéndonos pensar que “no es tan así”, que es cuestión de “interpretación”, después de todo Dios es un Dios de amor (1 Juan 4:8). Pero lo que muchos de nosotros pasamos por alto, es que también es un Dios justo (Salmos 7:11), y por lo tanto no puede ir en contra de su Palabra, que es verdadera (Juan 17:17), además de viva y poderosa, más cortante que cualquier espada de dos filos; que penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Dejando al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos (Hebreos 4:12 NTV Parafraseado).
Entonces para poder responder a la pregunta que tan buenos somos, o que tan buenos nos consideramos debemos examinarnos a la luz de la Palabra de Dios, es decir que tan obedientes somos a ella? Están nuestros actos en sintonía con lo que ella dice? 
Es evidente que para poder responder a estas preguntas, debemos conocer lo que en ella está escrito, y esto solo lo podemos lograr escudriñándola, meditando en ella de día y de noche, como se nos sugiere en el libro de Josué (Josué 1:8). No hacerlo sería el equivalente al constructor que desea edificar una casa, pero no se guía por los planos. Se expone a que la obra terminada no se parezca en nada al diseño del arquitecto, con las consecuencias que ello conlleva.
O lo que es lo mismo, si no somos encontrados aprobados por Dios, por más que confesemos que Jesús es nuestro Señor y Salvador, seremos desechados. El mismo Jesús lo dijo, no todo el que le llame “Señor, Señor” entrará al reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad de su Padre (Mateo 7:21), la que podemos encontrar clara y  de manera precisa en la Biblia. En el evangelio de Juan, nos advierte que Él es la vid verdadera, que su Padre es el labrador, y nosotros los pámpanos, el que no lleve fruto, será quitado, y que la única forma de llevar frutos es permanecer en Él y Él en nosotros, pues separados de Él nada podemos hacer (Juan 15:1-2, 5 NTV Parafraseado). Pero para los que estamos en Cristo Jesús, es decir para los que andamos conforme al Espíritu no hay ninguna condenación (Romanos 8:1).
Y que significa entonces andar en el Espíritu? Pues bien dejar que sea Él quien nos guie en la vida, no dejarnos llevar por los impulsos de la naturaleza pecaminosa que desea hacer el mal, sino por el contrario dejar que el Espíritu Santo produzca en nuestra vida el fruto del amor, ese amor incondicional que es paciente y bondadoso, que nunca se da por vencido, que jamás pierde la fe, y se mantiene firme  en toda circunstancia (1Corintios 13.4-7 NTV), ese amor del cual se desprenden la alegría, la paz, la paciencia, la gentileza, la bondad, la fidelidad, la humildad y el control propio (Gálatas 5:16-23 NTV). En otras palabras, dejar que nos moldee como el alfarero al barro, para así poder ser aprobados al final de la carrera.

sábado, 27 de junio de 2015

Que se espera de nosotros

En ciertas ocasiones de nuestra vida, las circunstancias que atravesamos nos hacen cuestionar cuál es el propósito de nuestro transitar en esta tierra, para que hemos venido y que se espera de nosotros.
En algunos casos hay quienes tienen la bendición o la suerte, si así queremos llamarlo, de saber exactamente cuál es ese propósito, y desde temprana edad caminan en ese sentido. Otros lo descubrimos luego de mucho intentar, y transitar por caminos que no son los indicados o adecuados.
Los que nos encontramos en este segundo grupo, muchas veces en el intento ponemos en riesgo cosas por nosotros preciadas, inclusive hasta a nuestros seres queridos, y no es que lo hagamos intencionalmente, sino que simplemente como dice la Biblia en Oseas 4:6, el pueblo de Dios perece porque le faltó conocimiento (parafraseado). Y es que el dios de este siglo; satanás para que quede bien claro; quien es el padre de la mentira, desde el principio de los tiempos se ha ocupado de cegarnos el entendimiento, para que no nos resplandezca la luz del Evangelio de Cristo (2 Corintios 4:4).
Desde que nace, el hombre es un ser centrado en sí mismo, egoísta. Basta con observar el comportamiento de un niño de corta edad, a quien nadie le ha enseñado nada y veremos cómo busca la satisfacción de sí mismo. Aquellos que tenemos la dicha de ser padres, nos hemos visto en la necesidad de corregir a nuestros pequeños desde temprana edad, aun cuando el mundo no les ha ensañado a comportarse inadecuadamente, y eso se debe a que todos traemos dentro de nosotros un gen pecaminoso, que nos aparta de nuestro diseño original. A pesar que fuimos creados a imagen y semejanza de nuestro Creador, por causa de la caída de Adán y Eva, el ser humano nace y se desarrolla alejado de Dios.  Pero esta condición no tiene por qué ser definitiva para nosotros. El hombre no tiene por qué marchar directo a su perdición. Dios en su infinito amor por nosotros, proveyó la salida a esta situación. Tanto nos amó que dio a su Unigénito hijo, para que todo aquel que en Él crea no se pierda y tenga vida eterna (Juan 3:16). 
Este regalo inmerecido es por gracia y no en premio por las cosas buenas que hayamos hecho, para que ninguno de nosotros pueda jactarse de ser salvo (Efesios 2:8-9 NVT). La Palabra de Dios, nos llama a ser imitadores de Dios en todo aquello que hagamos, porque somos sus hijos, nos invita a vivir una vida de llena de amor siguiendo el ejemplo de Cristo (Efesios 5:1-2 NTV). 
Esta es una muy buena clave para evaluar como deberíamos conducirnos en nuestro diario accionar, cómo comportarnos en las distintas circunstancias que se nos presentan día a día en nuestra vida. Debemos preguntarnos, como reaccionaria Cristo ante ellas? Nos estamos comportando tal y como Él lo haría? Porque en otras palabras, estamos llamados a reflejar su carácter en esta tierra, ser llamados cristianos es exactamente eso, por más difícil que nos pueda resultar. 
Cabe mencionar que para Jesús tampoco fue fácil pagar el precio por la redención de nuestras almas. La noche cuando fue entregado se encontraba orando en el huerto de Getsemaní, y era tal el estrés en el que se encontraba debido a la angustia y tristeza, que el sudor le caía a tierra como grandes gotas de sangre (Lucas 22:39-45), fenómeno que la ciencia médica designa como hematidrosis, y que se produce cuando una persona sufre una tensión extrema, una gran angustia o un temor muy grande, que pueden romperse las finísimas venas capilares que están bajo las glándulas sudoríparas, lo que nos indica que Jesús en ese momento se encontraba en su faceta más humana, por lo que si Él pudo orar pidiendo que no se haga su voluntad sino la de nuestro Padre, porque nosotros no podríamos?, además Dios nunca nos abandona, en ese momento apareció un ángel del cielo para darle fuerzas (Lucas 22.43 DHH).
Entonces, que se espera de nosotros, o mejor dicho que espera Dios de sus hijos? Pues bien antes que nada deberíamos definir si aceptamos su paternidad, porque los hijos de Dios son los que han creído en Cristo y lo recibieron (Juan 1:12 NTV), luego si somos hijos suyo, como todo padre, espera que seamos obedientes a su Palabra, la cual es viva y eficaz (Hebreos 4:12), y para eso debemos meditar en ella de día y de noche (Josué 1:8, parafraseado). Nos dice que si buscamos primeramente su reino y su justicia, todo lo demás nos será añadido (Mateo 6:33 parafraseado), nos dice que pongamos los ojos en las cosas de arriba y no en las de la tierra (Colosenses 3:2), que si nos apartamos de todo lo inmundo, Él nos recibirá y será para nosotros un Padre y nosotros seremos sus hijos (2 Corintios 6:17-18), porque Jesús vino para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia (Juan 10:10).

sábado, 30 de mayo de 2015

Lo que Dios ha unido

Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre, es la sentencia con que la mayoría de las celebraciones matrimoniales cierran la ceremonia en sí. Una frase mencionada en la Biblia (Mateo 19:6), y que más allá de una simple expresión de deseo, es en realidad una advertencia para ambos cónyuges, sobre la importancia que tiene para Dios el matrimonio, el cual fue instituido por Él en los orígenes de la creación.
No es bueno que el hombre este solo dijo, por eso hagámosle una ayuda idónea (Génesis 2:18), y más adelante en Génesis 2:24, nos aclara que el hombre y la mujer dejaran a su padre y a su madre para ser una sola carne. 
Pero que significa que la mujer será nuestra ayuda idónea, y qué implica que seremos una sola carne entre los dos? Y es que en realidad, aunque ambos hemos sido creados a semejanza de Dios, tanto el hombre como la mujer tenemos ciertas características que a su vez nos diferencia a uno de otro, es decir que existen determinadas áreas, en las que para que nuestra vida sea plena, precisaremos del otro, áreas en las que para estar completos vamos a necesitar indefectiblemente de las habilidades y capacidades de nuestra pareja. Porque solo así vamos a poder funcionar. Imaginémonos una pinza, es como si quisiéramos que sea útil con una sola de las manijas. En otras palabras, desde el momento en que aceptamos transitar juntos con la persona elegida el resto de nuestra vida, ya no seremos seres individuales, sino que por el contrario pasamos a ser como una fusión de dos sustancias, las que una vez unidas, ya no pueden separarse en sus componentes iniciales. Para clarificar mejor tomemos dos macillas de diferentes colores, de esas que utilizan los niños para jugar y mezclémoslas, luego tratemos de separarlas en sus colores originales, resulta imposible!!!! De la misma manera dos personas que han unido sus vidas no podrán volver a su estado inicial por más que decidan separarse, podremos dividirnos pero nunca separarnos. Desde el momento en que nos unimos en pareja nuestras almas quedan fusionadas de la misma manera que estas macillas. 
Es lógico suponer que en esta convivencia cotidiana, este fusionarse hasta convertirse en uno solo, surgirán en algún momento situaciones de crisis o conflicto que generen alguna aflicción, de hecho el mismo Jesús ya nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción, pero también nos dijo que Él ya había vencido al mundo (Juan 16:33), por lo tanto el secreto para poder cumplir con esta advertencia de no separar lo que Dios unió, está justamente en tener a Cristo dentro de la relación de pareja, porque como está escrito la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente (Eclesiastés 4:12 NVI), y si construimos nuestro hogar sobre la roca firme que es Cristo, guardando sus enseñanzas, podrán venir las tormentas, pero no prevalecerán contra él (Mateo 7:24-25, parafraseado). 
Entonces cuáles son esas enseñanzas con relación al matrimonio? Que deberíamos observar para poder cumplir con su mandamiento de permanecer juntos (1 Corintios 7:10-11)? Por ejemplo en el capítulo 3 de la carta a los habitantes de Coloso, encontramos instrucciones bien precisas, a nivel personal y familiar sobre cómo debería ser nuestra vida en Cristo, haciendo morir las cosas pecaminosas y terrenales que acechan dentro de nosotros, o en otras palabras muriendo a nuestra carne y a sus frutos. Más bien viviendo guiados por el Espíritu de Dios, amando a nuestras esposas, no tratándolas ásperamente, para que ellas a su vez se sujeten a nosotros, porque este es el diseño de Dios para nuestras vidas. Pablo lo repite en el capítulo 5 de la carta a los Efesios y Pedro lo refuerza en el capítulo 3 de su primera carta.
Y es que en realidad el amar a alguien nada tiene que ver con los sentimientos. Es una decisión totalmente racional que debemos tomar cada día, porque en eso consiste el amor, en hacer lo que Dios nos ha ordenado, y Él nos ha ordenado que nos amemos unos a otros (2 Juan 1:6 NTV).
No nos dejemos llevar por las filosofías y argumentos falsos que no se apoyan en Cristo y que nada tienen que ver con el plan de Dios (Colosenses 2:8 parafraseado), los que buscan socavar los cimientos de nuestra obediencia a su Palabra. Satanás está muy interesado en que el pacto matrimonial no se cumpla, atacándonos con todo tipo de pensamientos, pues de ese modo no solo nosotros estamos expuestos a sus acusaciones, sino que además exponemos también a nuestra descendencia (Deuteronomio 5:9 parafraseado). Debemos ser muy conscientes  de que cada decisión que tomamos afecta a nuestras siguientes generaciones. El enemigo sabe muy bien que la mejor manera de destruirlas, es destruyendo a las familias, lo que logra por medio de la división y desunión de las parejas.
Vive feliz junto a la mujer que amas, todos los insignificantes días de vida que Dios te haya dado bajo el sol. La esposa que Dios te da es la recompensa por todo tu esfuerzo terrenal nos aconseja la Biblia (Eclesiastés 9:9 NTV), y esa es una decisión que depende de cada uno de nosotros, hombre y mujer, porque lo que Dios ha unido nadie debe separarlo. 

miércoles, 22 de abril de 2015

I did it my way (A mi manera)

La letra de una canción popularizada por Frank Sinatra dice “Sé que estoy en paz pues la viví a mi manera”, aduciendo a que ha vivido la vida a su manera y que está en paz pues fue él quien dictó los caminos a seguir, postura que suena muy razonable, puesto que lo lógico es que uno asuma las consecuencias de sus propias decisiones.
Podemos decir que nuestra vida es la suma de decisiones y acciones llevadas a cabo a lo largo de nuestra existencia, y la mayoría de nosotros cuando emprendemos algo o nos proponemos una tarea, lo hacemos pensando en conseguir un resultado, en lograr un objetivo, o en otros términos una recompensa personal, ya sea esta material, o bien la satisfacción del alma, guiados por el altruismo o por ayudar según nuestro punto de vista a que la realidad de otros sea mejor.
Muchas veces adoptamos una actitud sumamente activa, siendo nosotros mismos los impulsores de la acción, lo que puede generarnos un sin número de situaciones conflictivas, o en otros casos una posición pasiva, que puede resultar muy cómoda porque tal vez nos evite conflictos con nuestro entorno, pero lo cierto es que una u otra postura nos traerá consecuencias, algunas buenas y otras malas.
La verdad es que si queremos disfrutar de una vida sin mayores sobresaltos, existe una única manera de hacer las cosas, lo cual no significa que no vayamos a enfrentar dificultades, sino que debemos ser capaces de diferenciar las aflicciones por las que atravesamos en el recorrido de nuestra vida y de los resultados negativos de determinadas decisiones tomadas durante la  misma. Las primeras son momentáneas mientras lo segundo permanece en el tiempo, hasta que seamos capaces de corregir el rumbo.
El ser humano en su orgullo y en su soberbia, producto del ADN pecaminoso que lleva en sí mismo, ha escogido apartar a Dios de las decisiones cotidianas de su vida, encerrándolo en el mejor de los casos, dentro de una religión, como un agregado de su entorno, excluyéndolo de cada decisión que toma en el día a día. Lo grave de esta situación está, en que apartados de Dios nada vamos a lograr, porque es Él el que concede sabiduría! De su boca provienen el saber y el entendimiento (Proverbios 2:6 NTV).
El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, por lo que, aun cuando aquello que nos impulse esté cargado de buenos propósitos, si no está en línea con el plan de Dios, aunque a priori los resultados parezcan los esperados, tenemos que estar seguros que al final habrá llanto, muerte y destrucción, porque hay camino que al hombre le parece recto, pero que termina en muerte (Proverbios 14:12 NTV), y esa muerte muchas veces no significa precisamente la muerte física, sino que mientras estemos en este mundo enfrentaremos discusión, rencillas, miseria humana y económica, etc.
Pero quienes han aprendido a tener una relación con ese Dios bondadoso que de tal manera amó al mundo, que entregó a su hijo unigénito, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (Juan 3:16), esa manera de hacer las cosas la encuentran descrita en su Palabra, pues ella enseña a hacer lo que es correcto (2 Tim. 3:16 NTV). Para quienes su Palabra es lámpara que guía sus pies y luz para el camino (Salmos 119:105 NTV), estos son transformados por medio de la renovación del entendimiento, comprobando la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios (Romanos 12:2), la que enriquece pero no añade tristeza (Proverbios 10:22).
En algunos casos nosotros mismos queremos “contribuir” o “ayudar” a que se cumpla esa voluntad divina, nos sentimos capacitados para ayudar a nuestro creador en el cumplimiento de sus promesas, algo similar al plan de Sara, cuando la promesa de Dios de bendecirlos a ella y a Abraham con un hijo se dilataba (Génesis 16), y ya sabemos cómo eso resultó, hasta hoy en día los descendientes de Isaac e Ismael, viven enfrentados, porque en algún momento quisieron darle una “mano” al plan de Dios, olvidándose que Él no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse (Números 23:19), y por tanto si lo prometió lo hará.
Por eso busquemos primeramente el Reino de Dios y su justicia, por encima de todo, lo cual significa sujetarnos bajo su autoridad, bajo su gobierno y todo lo demás será añadido (Mateo 6:33). El que es sabio entiende estas cosas; el que es inteligente las comprende.
 Ciertamente son rectos los caminos del Señor, en ellos caminan los justos, mientras que allí tropiezan los rebeldes (Oseas 14:9 NVI). Pongamos todo lo que hagamos en las manos del Señor, y nuestros planes tendrán éxito (Proverbios 16:3 NTV), osea busquemos su orientación y su guía en cada decisión, en cada pensamiento, en cada plan que tengamos, en otras palabras hagámoslo a su manera y no a la nuestra, bajo su diseño y no el que nos pueda resultar más cómodo, y toda su gloria se manifestará en nuestra vida, Que feliz es el que teme a Jehová, todo el que sigue sus caminos (Salmos 128:1 NTV), porque al igual que David, acabará en buena vejez, habiendo disfrutado de una larga vida, riquezas y honor (1 Cronicas29:28 NTV). Como lo advierte el apóstol Pablo en su primera carta a los corintios, por más que todo nos es licito, no todo nos conviene o nos edifica (1 Corintios 10:13).

sábado, 21 de marzo de 2015

El camino que nos conduce

A muchos de nosotros nos ha pasado, que para ir a una dirección especifica o llegar a un determinado lugar, es necesario que nos indiquen el camino, que nos muestren como llegar o que por lo menos nos expliquen por donde deberíamos ir para poder llegar a buen destino. En este sentido cualquier método utilizado como soporte es válido, sea un mapa, una explicación verbal o la utilización de la tecnología actual. Aun cuando no tengamos alguien que de antemano nos pueda ayudar con las indicaciones para llegar a destino, hacer uso del popular dicho, preguntando se llega a Roma, puede resultar de mucha ayuda.
En la actualidad existen dispositivos y aplicaciones que nos permiten conocer si vamos por el camino correcto y hasta son capaces de sugerirnos vías alternativas para llegar más rápido al lugar deseado. Algunas de estas aplicaciones pueden mostrarnos cuan congestionado está el trafico más adelante, de modo que podamos optar por vías menos transitadas o más ligeras, las que pueden ayudarnos a llegar más relajados a destino, porque si hay algo que nadie puede negar, es que ir por una vía congestionada o difícil se convierte en una tarea bastante estresante.
Inclusive aun cuando conocemos el camino, puede ocurrir, que si no permanecemos atentos a las señales, corremos el riesgo de equivocarnos al tomar una mala referencia o pasarnos un desvío, lo que puede significar que recorramos durante un largo tiempo un camino que nos conduzca a otro destino o que tengamos que volver por el camino recorrido para poder corregir el rumbo. Otras veces nos sentimos tan seguros de nuestras habilidades y confiamos tanto en nuestro sentido de ubicación, que podemos llegar a demorar bastante tiempo en darnos cuenta que nos hemos equivocado y que el camino que estamos recorriendo no nos llevará a destino.
En otros casos nos puede resultar muy cómodo, y hasta consideramos seguro, seguir a otro que va por delante, alguien de quien pensamos conoce la ruta a seguir, pero que como nosotros está expuesto, por su condición humana o por desconocimiento, a cometer los mismos errores que nosotros; en otras palabras un ciego guiando a otro ciego.
Si bien todo lo expresado hasta aquí, guarda relación con trasladarnos o con viajar de un lugar a otro en esta vida, hay un viaje en el cual es mucho más importante para nosotros asegurarnos que vamos por el camino correcto, un viaje en el que debemos estar seguros al ciento por ciento de que el camino que escojamos nos conducirá al destino deseado, porque errar el mismo puede significar la diferencia entre la vida o la muerte eterna.
En el libro de los Proverbios escrito por el Rey Salomón, el hombre más sabio que ha existido (1 Reyes 3:12), Dios nos advierte, que hay un camino delante de cada persona que parece correcto pero que termina en muerte, y no lo dice una, sino dos veces y con las mismas palabras (Proverbios 14:12 y 16:25 NTV), por lo que salvo, que estemos dispuestos a correr el riesgo, debemos tomar muy en serio esta advertencia.
Unos mil años después, el propio Jesús nos enseñó que solo podemos entrar al Reino de Dios a través de la puerta angosta (Mat. 7:13 NTV) y que la carretera que conduce al infierno es amplia, y la puerta es ancha para los muchos que escogen ese camino. También nos dijo que Él es el camino, la verdad y la vida, que nadie llega al Padre si no es por medio de Él (Juan 14:6), es decir que no existen caminos alternativos, no hay atajos que nos puedan conducir al Padre si no es a través de Cristo. Pero ahora bien, podría ser que para llegar a Cristo, pensemos que lo podamos hacer buscando diversos caminos, como cuando vamos a tomar una autopista, y primero debemos transitar por caminos secundarios, esto en realidad no es necesario puesto que el propio Jesús dice que Él está a la puerta y nos llama, si le abrimos, Él entrará (Apoc. 3:2), en otras palabras acceder a Cristo solo depende de nosotros, que así lo deseemos de corazón. Durante los tres años que estuvo ejerciendo su ministerio aquí en la tierra, siempre estuvo accesible a la gente, a quien quisiera seguirle. Por qué suponer lo contrario ahora?
Pero al igual que cuando vamos siguiendo las indicaciones que nos va mostrando el camino para llegar a un destino determinado tenemos que estar alertas para no desviarnos, del mismo modo debemos prestar atención, porque Jesús ya nos advirtió que aparecerán muchos falsos profetas que engañarán a mucha gente (Mateo 24:11 NTV), pero Dios no ha dado ningún otro nombre bajo el cielo, mediante el cual podamos ser salvos. ¡En ningún otro hay salvación! Sino en Cristo Jesús (Hechos 4:16 NTV).

sábado, 28 de febrero de 2015

La tierra en que habitamos

Vivimos en un mundo en donde los medios de comunicación se han desarrollado a tal grado, que las noticias nos llegan prácticamente en tiempo real, lo cual nos permite interactuar con ellas de una manera muy dinámica, pudiendo acceder a un caudal de datos e información en relación a un sinfín de temas, y a su vez ser generadores de contenido para las mismas.
Gracias a esta sobre exposición de información, los ciudadanos podemos seguir muy de cerca la gestión de nuestras autoridades, evaluar su desempeño y formar, a nuestro juicio una opinión sobre la situación del país que habitamos, ayudando inclusive a la propagación de todo aquello que en nuestra opinión debe ganar estado público, aunque en algunos casos le agreguemos una cuota de sesgo que obedezca a intereses personales o sectoriales.
En otros casos parecería que la interpretación de aquella famosa frase atribuida al Presidente Kennedy, “No preguntes que puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país”, seria “critica todo aquello que te parezca mal o con lo cual no estés de acuerdo en tu país”. 
Si bien es cierto que como ciudadanos responsables, es nuestra obligación evaluar la gestión de las autoridades de manera consciente, para darles nuestra aprobación o desaprobación por medio del ejercicio del derecho al sufragio, y dando por descontado que ellas deben someterse al imperio de ley y la justicia, en el eventual caso de defraudar la confianza otorgada, eso no nos habilita a maldecir a diestra y siniestra a nuestras autoridades o a nuestra nación, por el contrario debemos ser muy conscientes que eso ofende a Dios (Éxodo 22:28 DHH), y es que en realidad lo que le agrada a Dios es que oremos  por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad (1 Tim 2:2 DHH).
La pregunta que surge es, porque Dios estaría interesado en nuestra relación con algo aparentemente tan distante de la Iglesia como podría ser la relación con nuestra autoridades? La respuesta la encontramos en Romanos 13:1-2, donde claramente nos dice que toda persona debe someterse a las autoridades de gobierno, pues toda autoridad proviene de Dios, y los que ocupan puestos de autoridad están allí colocados por Dios. Por lo tanto, cualquiera que se rebele contra la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido, y será castigado (NTV). Es una seria advertencia por parte del Señor, que deberíamos tener muy presente la próxima vez que deseemos darle rienda suelta a nuestra naturaleza humana y maldecir a nuestras autoridades.
Como seres humanos, limitados por nuestros cinco sentidos, tal vez al mirar con los ojos naturales el entorno y todo lo que nos rodea, percibamos una realidad que no sea la ideal, cosas que cambiar o temas pendientes que solucionar, y es aquí donde cobra fuerza la frase del Presidente Kennedy. Como ciudadanos de un país deberíamos involucrarnos activamente en la mejora de nuestra sociedad, en otras palabras ser parte de la solución y no del problema como simples espectadores. 
Debemos tener presente que la Palabra de Dios nos dice que debemos llamar a las cosas que no son como si fuesen (Romanos 4:17), porque después de todo eso es la fe, tener la plena seguridad de que recibiremos lo que esperamos; es estar convencidos de la realidad de cosas que aún no vemos (Hebreos 11:1 DHH). 
Jesús nos advirtió que un país dividido en bandos enemigos, se destruye a sí mismo y por lo tanto no puede permanecer, vendrá el enemigo y lo asolará (Lucas 11:17 DHH), o por ponerlo en palabras más mundanas “Divide y Vencerás”.
Por lo tanto bendigamos a nuestra nación, a las autoridades, los recursos de nuestro país, sus instituciones y a sus habitantes, pero hagámoslo todos juntos en un mismo espíritu, porque el mismo Jesús dijo que si dos de nosotros nos ponemos de acuerdo aquí en la tierra con respecto a cualquier cosa que pidamos, su Padre que está en el cielo la hará. Pues donde se reúnen dos o tres en su nombre, Él está allí. (Mateo 18:19-20 NTV).
En Deuteronomio 11:26, Dios nos da a elegir entre la bendición o la maldición, conforme a que elijamos obedecer o no sus mandatos, y es por eso que si queremos vivir con seguridad en la tierra que Él nos da, debemos seguir sus decretos y obedecer sus ordenanzas (Levítico 18:25 NTV).

sábado, 17 de enero de 2015

Un legado, el mejor regalo a nuestras generaciones

De todas las experiencias que pasamos en esta vida, hay una que nos toca profundamente, tanto, que por lo general algunos la definen como uno de los días más felices de sus vidas. Me refiero al día en que nos convertimos en padres, el día que decidimos asumir la responsabilidad por el desarrollo y crecimiento de ese ser especial que viene a ocupar un lugar importante en nuestro corazón.
La llegada de cada nuevo hijo, trae consigo una sensación indescriptible de felicidad y al mismo tiempo de dudas y de incertidumbre, pues pone a prueba la confianza y convicción en nuestra capacidad, ya que las primeras preguntas que saltan a nuestra mente hacen mención a si podremos orientarlos en la vida para que tomen las decisiones correctas, o si seremos capaces de educarlos como personas de bien que aporten a su entorno y a su comunidad.
A medida que crecen vamos tratando de moldearlos y guiarlos para que no comentan los mismos errores que hemos cometido en el pasado, y a veces sin darnos cuenta, son ellos la extensión para llevar acabo, aquello que por algún motivo no hemos podido disfrutar en nuestro tiempo, y por supuesto queremos ver la continuidad en ellos de todo lo que nos ha resultado para bien. En otras palabras, si fuera posible, quisiéramos transferirles como quien copia un archivo en un computador, toda nuestra experiencia, olvidándonos, que ellos como parte del proceso de crecimiento deben adquirir su propia experiencia, aprender de sus propias equivocaciones.
Una de las parábolas más conocidas de los evangelios, es la del hijo prodigo. En Lucas 15:11-32, Jesús nos enseña sobre el gozo que hay en el cielo por cada pecador que se arrepiente, por cada hijo que vuelve al Padre reconociendo sus errores. Pero hay también en el inicio de la misma parábola, un mensaje para nosotros que somos padres, cuando el hijo le pide le entregue lo que según él le corresponde. En ningún momento, por más duro que pueda resultar, el padre trata de hacerlo entrar en razones, simplemente accede a su pedido.
Como padres nos resulta muy difícil, soltar las riendas, dejar de tener control sobre sus vidas, tal vez porque no estemos seguros de haber terminado bien el trabajo que se nos encomendó cuando llegaron a nuestras vidas, pero forma parte del proceso de crecimiento, tanto de ellos como del nuestro.
Según John Maxwel, en la vida uno puede dar tres tipos de regalos, un suvenir o recuerdo de experiencias vividas, un trofeo o premio por haber logrado determinadas metas o victorias, y un legado, que son aquellas cosas que se transmiten de generación en generación. 
El legado que dejemos a nuestros hijos, es la mejor herramienta que disponemos para asegurarnos un futuro promisorio para ellos. La Biblia nos garantiza que si instruimos al niño en su camino, cuando fuere mayor no se apartará de él (Prov. 22:6). La pregunta que surge es, cuál debería ser ese legado? Que instrucción dejar a nuestros hijos para que todo les vaya bien en la vida? Porque si bien es cierto que una buena educación los va a ayudar a “triunfar” en esta vida, eso no les garantiza una vida de plenitud. La respuesta una vez más la encontramos en la Biblia, la Palabra de Dios dada a los hombres, que es lámpara a nuestros pies y que ilumina nuestro camino (Sal. 119:105), para quienes la aceptamos como tal. En Josué 1:8 Dios nos invita a meditar de día y de noche en su Palabra, para que guardemos y pongamos por obra todo lo que en ella está escrito, de este modo nos aseguramos que nuestro camino prosperará y que todo nos ira bien, pues en ella encontramos las instrucciones precisas sobre cómo debe ser la relación con nuestros hijos (Efesios 6:1-4). Nos invita no solo a guardar la Palabra de Dios, si no que se las repitamos y que las hablemos diariamente y en todo momento (Deuteronomio 6:7).
Este es el mejor legado que podemos dejar a nuestras generaciones, porque finalmente si guardamos sus enseñanzas, muchos días y años de vida y paz aumentaremos a nuestra familia (Prov. 3:2). Al permitir a Jesús, ser parte de nuestro hogar, nos aseguramos la salvación junto con nuestra familia (Hechos 16:31) porque el ángel del Señor protege y salva a los que lo honran (Salmos 34:7 DHH). Por lo tanto sométanos a Dios, resistamos las tentaciones del diablo, y no le quedará otra más que huir de nosotros (Santiago 4:7), porque estas, son promesas de Dios, y Él no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse, si lo dijo lo hará!!! (Núm. 23:19).