Al nacer, una de las primeras cosas que recibimos de nuestros padres es una identidad. Un nombre y un apellido, y en muchos casos, los mismos quedan definidos bastante tiempo antes de que se produzca el nacimiento. Desde ese momento y por toda la vida nos otorga una identidad, la que luego queda sellada con los trámites legales de rigor.
A partir de ese momento y durante toda nuestra vida llevaremos con nosotros esa identidad, la que nos hace miembros de una familia, y por tanto nos da derecho a gozar de los privilegios que eso nos otorga. A partir de ahí, nadie puede negarnos el ser reconocidos como los hijos de alguien más. Nadie podrá impedir que nos beneficiemos de las prerrogativas que existen en ese hogar del cual ahora venimos a formar parte.
En algunas ocasiones, existirán personas o situaciones que pueden llegar a hacernos dudar de esa identidad que llevamos. Situaciones que escapan de nuestro control y que pueden perturbar nuestro presente y nuestro futuro.
Algo similar ocurre en el campo espiritual. Jesús le dijo a Nicodemo que para ver el Reino de Dios, era necesario nacer de nuevo (Juan 3:3 parafraseado), aunque en esta ocasión, se refería a la necesidad de nacer del espíritu y no de la carne. Algo que el pobre Nicodemo parece no haber entendido.
Es así que cuando por obra del Espíritu Santo, se nos corre el velo que nos impide conocer la verdad que nos hace libres; cuando reconocemos nuestra necesidad de Dios; y recibimos a Cristo y creemos en su nombre, se nos es dado ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12 parafraseado). A partir de ese mismo instante, como ocurre en el caso de nuestros hijos naturales, adquirimos una identidad totalmente nueva en Cristo, y del mismo modo con este nuevo nacimiento, los hijos de Dios tenemos acceso a todos los beneficios que concede ese nuevo estatus espiritual.
Al pasar a formar parte de los hijos de Dios, automáticamente aparece un enemigo muy interesado en impedir que disfrutemos de los beneficios de pertenecer al Reino de Dios, y es que ese enemigo, el diablo, anda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8 parafraseado).
Satanás no va a escatimar esfuerzos en hacernos dudar de nuestra nueva identidad, así como no los escatimó para tentar al propio Jesús. Del mismo modo su primer ataque va a ser a nuestra nueva identidad, haciéndonos dudar de la condición de hijos de Dios, haciendo que desafiemos a Nuestro Padre Celestial, e inclusive ofreciéndonos la vanagloria de este mundo, placeres terrenales que tienen como único propósito desviarnos del propósito de Dios para nuestras vidas, el cual consiste en establecer su Reino aquí en la tierra.
Cuando la identidad no está firmemente arraigada en cada uno de nosotros, estamos expuestos a tomar decisiones que pueden afectar no solamente nuestro presente, sino también nuestro futuro, aquí en la tierra y en la eternidad, y eso satanás lo sabe muy bien, por lo tanto va a buscar socavar los cimientos de nuestra nueva identidad , y para ello, va a atacar nuestro punto más vulnerable, justo ahí donde somos más débiles, y como es un mentiroso y el padre de la mentira (Juan 8:44 parafraseado), su arma preferida es justamente esa.
Ser cristiano, significa ser imitadores de Cristo, reflejar su carácter aquí en la tierra, o en otras palabras reaccionar como Él lo haría, y ya sabemos cómo le respondió todas las veces que satanás atacó su identidad, su respuesta en las tres ocasiones fue “escrito está”, o lo que es lo mismo con la Palabra de Dios que es la Biblia. (Mateo 4:4-10).
Pero cómo usaremos en nuestra defensa esa arma?, Cómo seremos capaces de blandirla como espada mortal que nos proteja de sus ataques? La respuesta encontramos en el libro de Josué, donde se nos dice que meditemos en ella de día y de noche, allí encontraremos la sabiduría necesaria para resistir al diablo, y no le quedará más remedio que huir de nosotros (Santiago 4:7 parafraseado).
Es muy importante tener presente las indicaciones de Jesús, debemos mirar más allá de la superficie para juzgar correctamente (Juan 7:24 NTV parafraseado). Un análisis a la ligera o de manera muy superficial de nuestra situación, de nuestro entorno, puede provocar que nos equivoquemos en nuestro juicio y por consiguiente exponernos a las consecuencias, porque después de todo cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de Él por un tiempo (Lucas 4:13 NTV).
Y si no estás muy seguro de tener esta nueva identidad, te invito a que una vez más reconozcas tu necesidad de Dios, que confieses que Jesús es tu Señor y Salvador, quien murió por cada uno de nosotros en la cruz del calvario, para que en Él tengamos el perdón de nuestros pecados, y la salvación eterna, declarando por fe ser hijo de Dios.
